Por: Mercedes Borges Bartutis
En Cuba, muchos de los cines más tradicionales se encuentran en una incomunicación asombrosa.
Su programación ha dejado de ser atractiva. La mayoría de las películas que se muestran generalmente han sido vistas en la televisión o compradas en los puestos de piratería. También atenta el deterioro de las instalaciones y el detrimento de su imagen en general.
Aunque en La Habana los grandes circuitos siguen funcionando, como si no pasara nada, la realidad es que sólo unos pocos logran armar una programación que los saque a la superficie.
Algunos eventos atractivos como la Muestra Joven ICAIC, el Festival de Cine Francés, o las semanas de cine alemán, polaco, italiano u holandés, por sólo mencionar algunas procedencias, o específicas temporadas temáticas, son acciones que quedan ancladas en las salas Chaplin, La Rampa y el Multicine Infanta, fundamentalmente.
Sólo el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano sigue siendo ese mega evento que abarca un número importante de pantallas en la capital.
Los cines pequeños o de barrio, como siempre se les conoció, tienen una programación que no atrae ni siquiera a los vecinos más cercanos.
El hábito hace al monje. Pero…
Recuerdo que cuando estudiaba en la escuela de periodismo de la Universidad de La Habana me gustaba mucho ir a un pequeño cine, a una cuadra de mi casa.
Se llamaba Victoria, y estaba ubicado en la calle Concepción entre Porvenir y Armas, en la barriada de Lawton, donde también había otras salitas como el San Francisco, ubicado a unos pocos doscientos metros más allá.
Con una reparación capital a mitad de la década de 1980, el cine Victoria llegó a tener una programación atractiva que me permitía no quedarme en casa, y dejar de pensar en transporte o distancias.
Me daba el gran placer de ver una buena película en pantalla grande, después de comida y de todo el ajetreo de un día.
Durante el período especial, con las lluvias y las embestidas de algunos ciclones, el Victoria fue perdiendo su programación, su atractivo, pero también sus techos, sus asientos, y hasta sus paredes.
Con el tiempo se convirtió en un parqueo de autos, durante muchos años, y por último en una escuela primaria, aun mantenida.
Siempre recuerdo con nostalgia aquel pequeño cine de mi barrio, una de mis obsesiones de juventud, uno de mis recuerdos más permanentes, que hoy se resiste a ser borrado por la insistencia de paquetes enteros de películas y series que también se abultan en gigas y gigas de mi computadora.
El Victoria, junto a los cines San Francisco, Santo Suárez, Alameda, y Mara, como tantos otros, seguirán siendo esos cines de mis recuerdos, que una vez formaron mi propio circuito, en este otro lado de la ciudad –que no es el centro- donde todavía habito.
La piratería que circula, fundamentalmente por internet y la venta de copias, han llevado a las computadoras domésticas, las colecciones más increíbles de películas, series y telenovelas de todo tipo.
Las leyes de derecho de autor y la protección de productos de arte intentan castigar de modo severo, a nivel internacional, a las personas que han hecho del cine divulgado en copias uno de los negocios más lucrativos en cualquier parte del planeta.
Mientras, los grandes circuitos de cine se han visto en la obligación de realizar estrategias puntuales de creación de nuevas audiencias, y de buscar formas de llevar de nuevo al público a esos espacios que han quedado en la mayor soledad.
Pero, entretanto, sentarse en una sala de un cine hace mucho rato que se convirtió en un ejercicio raro y fuera de moda.
(Tomado de CMBF Radio Musical)