De ascendencia árabe, pronto el pequeño Esmel Saab Barreras se ganó el apelativo de El Morito, como lo conoce la mayor parte del pueblo holguinero…¿y por qué no? también muchos en toda Cuba.
Su gran fortuna fueron las buenas costumbres que de chico le inculcaron sus mayores, y que no se desvanecieron siquiera en medio de las correrías infantiles en el barrio marginal de La Chomba, hoy transformado en el reparto Alcides Pino, en Holguín.
Nacido el 12 de agosto de 1944, esas propias vicisitudes coadyuvaron a formar su carácter y su disposición a cualquier peripecia para lograr la subsistencia. “A como fuera había que buscar los 10 quilos para la casa”, dijo en entrevista hace algunos años. “Hasta que llegó el Comandante y mandó a parar”, recordó.
Su inicio como chofer lo tuvo en uno de aquellos grandísimos camiones puestos en funcionamiento por la Revolución en las serranías orientales a principios de los años 60. “Fueron tiempos muy bonitos», recuerda hoy, «de mucha efervescencia”, y tras cinco años de dura labor y una convocatoria de la naciente Empresa de Ómnibus Urbanos, El Morito regresó a la ciudad de Holguín.
Y poco a poco, con extraordinario esfuerzo, fue acrecentando su ya legendaria tenacidad. Año tras año crecía el número diplomas y distinciones emulativas y para el Primer Congreso del Partido, piden a los transportistas un esfuerzo extra. El Morito da un paso al frente.
Era el embrión de lo que después fue el Movimiento de los Destacados del Transporte, fundado en Holguín en 1975, una respuesta a la creciente demanda de transportación.
“Los viajes eran voluntarios, sin apenas descanso. Llegué a dar más de mil viajes voluntarios en un año. Donaba las vacaciones…Eso fue lo más grande de mi vida”, dice.
La leyenda creció. Ya no era solo en Holguín, y en acto por el XXX aniversario del asalto al cuartel Moncada recibió de manos de Fidel el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Fue de los cinco primeros en el país, solo antecedido por el querido Blas Roca, que recibió su emblema dos días antes en un pequeño acto.
Solo la muerte —hace solo unos días— pudo vencerlo, porque El Morito fue mucho más que un buen chofer. “Al pueblo hay que ganárselo con amor y cariño —decía—. Cuando uno sale de su casa hay que dejar guardaditos los problemas. Siempre se puede mostrar una sonrisa. Por eso la gente me saluda como lo hace. Ese es el mayor premio”.