Ojeda, Luisito, Eduardo, El Guajiro… son hombres completamente desconocidos para la gran mayoría del pueblo. Tal vez nadie sepa quiénes son, pero en la Fábrica de Helado Coppelia, en Camagüey, la fama de buenos, abnegados, trabajadores… los antecede. Ellos conforman el grupo alfa que, noche tras noche, sin importar nada, arreglan las roturas de la antigua maquinaria.
Y es que el obrero cubano, ese que vive pegado a su equipo, sabe lo difícil que es mantener una producción en estos tiempos. Las materias primas escasean, los instrumentos de trabajo se rompen y las piezas de repuesto demoran en el mar de la burocracia. Pero a ese obrero cubano, que día a día, se levanta ante la adversidad, no hay pieza rota que se le resista.
Así sucede con los 156 trabajadores de la fábrica de Helado Coppelia quienes, aún cuando les aseguran que los congeladores, los compresores o las torres de enfriamiento ya están por llegar, no se sientan a esperar y toman cartas en el asunto.
La fábrica fue fundada hace 44 años y la maquinaria data de ese tiempo en que se producían los números establecidos: 10 mil galones de helados diarios. Hoy la realidad es otra pues, pese a el empeño, solo se alcanzan cifras que rondan los 3 mil 500 a 5 mil galones, que no satisfacen la demanda, ni el paladar.
Esfuerzo de todos
El helado especial, el helado al 11 %, el dulce de leche fluida y la crema untable, son algunos de los productos que allí se elaboran “gracias al esfuerzo de los trabajadores”, como asegura Rogelio Peña Consuegra, director de esta entidad. Al no contar con otra torre de enfriamiento, la mezcla del helado no alcanza la temperatura adecuada, por lo que los obreros deben garantizarla de forma manual.
“Diariamente y tres veces al día, los trabajadores de mantenimiento deben subir de 60 a 70 tanquetas de hielo por una escalera para que la máquina que hace el helado conserve la temperatura correcta”, explica Peña Consuegra, quien apenado sentencia: “esa es la única solución que hemos encontrado para continuar y que durante el verano no se detuviera la producción”.
Más adelante señaló: “nos mantenemos también por la mejora de las condiciones de trabajo: se inauguró otro merendero, se arreglaron los filtros de los baños sanitarios de las mujeres, se mejoró la oferta del comedor, así como la recuperación del transporte obrero para los del turno de la noche”.
Incluso para los de las mesas del salón de la producción hubo cambios, ya que los 20 que por turno allí laboran pueden también escuchar música.
O todo o nada
Aún cuando estos hombres se enfrentan a situaciones complejas para cumplir con el plan productivo, el deseo de hacer más es muy fuerte. Tal vez esa fue la razón de que unos dejaran a un lado el traje de “jefe de almacén”, de “comprador”, de “vecino” para ponerse el de soldador, ayudante, carpintero… y convertirse en “resuelve cosas”, con el fin de materializar el viejo sueño de contar, otra vez, con un carrito de helado.
“Esta idea es vieja – cuenta Rogelio Pérez Sifonte, jefe de almacén que asumió la misión – pero con el impulso de la empresa, del director nos dimos a la tarea de recuperar el carro que tenía el furgón muy dañado”.
El 17 agosto comenzó la «misión imposible». Rogelio al mando del equipo élite integrado por Maximino, Jorge y René, un vecino que sintió como suyo el problema, se levantaban bien temprano y terminaban la jornada recuperativa bien tarde en la noche.
“Todo se hizo con materiales recuperados, un pedacito de pieza por aquí y otro por allá, un poco de pintura… prácticamente se hizo nuevo el carro. Ahora vemos el fruto porque ya está en la calle”, plantea Rogelio.
Tal vez con otra música, pero hace algunas semanas rueda por los barrios camagüeyanos el añorado carrito de helado coppelia gracias a hombres como Rogelio, Jorge, René y Maximino, totalmente desconocidos por la población, pero héroes al final de la historia. Además, nadie critica el hecho de que el paladar puede degustar varios sabores aún cuando el bolsillo no puede responder siempre al deseo.
Lo cierto es que ese obrero de la fábrica, a veces anónimo, o ese grupo de mantenimiento con gente que casi nadie conoce, son los que con su labor semioculta de reparar las terroristas roturas nocturnas de la fábrica de helado, calientan el éxito del esfuerzo.