Icono del sitio Trabajadores

Las ocurrencias de Malayo

El nombre verdadero de Malayo era Miguel Ángel Lauzurica Díaz.

El nombre verdadero de Malayo era Miguel Ángel Lauzurica Díaz.

El nombre verdadero de Malayo era Miguel Ángel Lauzurica Díaz.
El nombre verdadero de Malayo era Miguel Ángel Lauzurica Díaz.

No se ha hablado todavía lo suficiente de la desinteresada y heroica participación de los cubanos en la defensa de la República española contra el alzamiento militar falangista de julio de 1936, alentado, orientado y apoyado política y militarmente por Hitler y Mussolini.

Tuve la oportunidad hace algunos años de dialogar con algunos de esos hombres y mujeres, y  al profundizar en aquella epopeya me tropecé con un personaje que respondía al sobrenombre de Malayo, pero era en realidad un mulato  nacido en la provincia de Matanzas, en 1903, en un hogar obrero.

Dos combatientes cubanos de aquella gesta lo mencionaron en los testimonios recogidos en el valioso libro Cuba y la defensa de la República española. Uno de ellos se refirió al momento en que al retirarse de la guerra los voluntarios extranjeros que formaban las Brigadas Internacionales, los cubanos fueron enviados a Francia, tratados por su gobierno como prisioneros de guerra y confinados inicialmente en un campo de concentración en la playa de Argeles-sur-mer y después en otro en Gurs.

Del primer campo rememoró que estaban obligados a hacer largas filas para conseguir un trozo de pan, la arena arrastrada por el viento se les incrustaba en el rostro y el trato era tan pésimo que el que tenía buena salud se enfermaba y el que estaba enfermo se ponía peor. Los prisioneros construyeron unas especies de chabolas con cartones, latones viejos y mantas para tratar de guarecerse de las inclemencias del tiempo, y por afinidad, integraron pequeños grupos que llegaron a convertirse casi en familias.

Y en medio de la adversidad, se destacaba Malayo, por sus regocijantes ocurrencias “Hacía como nadie el papel de gitano (así lo llamaron también algunos) : “lo mismo cambiaba una mula por dos libras de arroz, que un huevo por un pantalón.”

Otro combatiente rememoró una “fiesta” organizada por el Partido en el campo de concentración, en la que le sugirieron que compusiera un número musical para la ocasión, que fue coreado por todos los presentes. El testimoniante apunta que Malayo fue uno de los que lo secundó eficazmente en dicha presentación y lo caracterizó así: “a pesar de lo terrible de la permanencia en aquella cautividad, mantenía un espíritu jovial y siempre tenía a flor de labio algún ingenioso chiste cubano, haciéndonos evadir por algunos momentos la dolorosa realidad que vivíamos.”

El nombre verdadero de Malayo era Miguel Ángel Lauzurica Díaz, quien allá por la década de los 80 del siglo pasado, cuando narró sus experiencias en tierra española, laboraba en el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER).

Él mismo contó que arribó a España en 1932 como masajista de un equipo de boxeadores profesionales cubanos y cuando llegó el momento de regresar, decidió permanecer en Madrid como entrenador y masajista del gimnasio Madrid Boxer. Más tarde laboró como cantinero-ayudante en un establecimiento del edificio Madrid-París, de la Avenida de la Gran Vía y estuvo simultaneando ambas ocupaciones hasta que supo por el sindicato al que pertenecía, adscripto a la Unión General de Trabajadores de España, del levantamiento fascista contra la República.

Su reacción –dijo- fue presentarse en el Batallón Deportivo, adjunto al Quinto Regimiento para recibir instrucción militar. Estuvo entre los que defendió la consigna de ¡No pasarán! cuando los fascistas iniciaron el cerco de Madrid y calificó de indescriptible el cuadro que presentaban mujeres, ancianos y niños marchando hacia las afueras de la capital para ocupar sus puestos en las trincheras.

Fue herido y atendido por un compatriota, el doctor Luis Díaz Soto, partió a Albacete a integrar las brigadas internacionales junto con dos argentinos y un colombiano, al mando del comandante Giovanni Coopi, y allí fue recibido por otro cubano, Jorge Agostini. En la operación del río Ebro, Malayo  fue nuevamente herido. Durante la contienda compartió con muchos otros conciudadanos, y es que sobrepasaron la cifra de mil los nacidos en la Mayor de las Antillas que participaron en la defensa de la República española y no pocos entregaron sus vidas por esa noble causa.

Ni las vicisitudes de la guerra ni las de los campos de concentración doblegaron aquella forma tan cubana de ser de Malayo. Regresó a la patria finalizada la guerra, en 1939.

He visto solo dos fotos suyas: una, muy joven, con apariencia casi de niño,  vestido de uniforme, cuando combatió en España; otra, ya mayor, en plena fiesta, con una cerveza en la mano. Nunca pudimos conversar, ni tuve la oportunidad de conocer de qué forma continuó vinculado al deporte.

Quise rememorarlo en estas líneas porque son muchos los  que transitan por nuestras las calles cargados de historia sin dejar de ser personas sencillas, de pueblo, alegres, optimistas, que tal vez en otras circunstancias difíciles les tocó animar a sus compañeros como lo hizo Malayo.

Hay muchos como él que no se dejan vencer por las dificultades y hasta se ríen de ellas. Es parte de la personalidad del cubano

 

 

 

Compartir...
Salir de la versión móvil