Como polvo en el viento se difundió la noticia. Aquella mañana casi todos hablaban de la petición de René González al pueblo de Cuba, de la demanda de un hermano a sus hermanos para que le acompañaran en una batalla cada vez más compleja. Y así, con la agilidad que los caracteriza, aparecieron cintas amarillas en calles, plazas, carros… de Cuba y en la ciudad de Camagüey.
No todos, por suerte, se sentaron a esperar la “orientación” o la “venta” de las cintas o la fecha pactada. Siempre hubo hombres como el director de la fábrica de Helado Coppelia quien, sin esperar órdenes, se adelantó, contactó con la UEB de servicios de Jimaguayú y ya en la mañana sus 200 trabajadores portaban en sus manos, en sus carros, en las puertas de la fábrica la cinta amarilla.
Hasta el 12 de septiembre cada camagüeyano habrá recordado tan injusto encierro a través de matutinos, vespertinos y mítines especiales que se harán durante estos días en todos los centros de trabajo. En el barrio hasta los puestos laborales se tornarán de amarillo para reclamar el fin de tanta injusticia.
En los Comité de Defensa de la Revolución, en los puestos de los trabajadores no estatales, en la Formadora de Maestros, en la Calle Maceo para acompañar la presentación del libro “Los últimos soldados de la Guerra Fría”, en los centenarios árboles del parque urbano más grande de Cuba, el Casino Campestre… en toda la ciudad, se encontrará una cinta amarilla que responderá a esa espontaneidad del cubano, a esa sensibilidad por la causas justas.