Por Joseba Elola
Fue en junio de 2006 cuando Almudena Bernabéu pisó por primera vez Guatemala. Lo hizo asustada. En aquella primera quincena de junio, dos defensores de los derechos humanos habían caído asesinados en el país centroamericano. El embajador español le asignó un guardaespaldas según puso los pies en el hotel Intercontinental; no quería problemas con ese grupito de españoles que llegaban para tomar declaración al dictador José Efraín Ríos Montt.
Poco podía sospechar la joven abogada valenciana que en cuestión de unos años se convertiría en toda una referencia en “Guate”, como dice ella, cuando se habla de derechos humanos.
“¡Que vengan los españoles!”. Eso dijo por aquel entonces, en tono desafiante, Ríos Montt. El dictador guatemalteco no podía imaginar que esa visita del juez Santiago Pedraz y de la abogada Almudena Bernabéu iba a convertirse en la primera piedra de su encausamiento. El pasado 11 de mayo, el dictador guatemalteco era condenado a 80 años de cárcel por genocidio de los indígenas ixiles. Aunque 10 días más tarde el Tribunal Constitucional guatemalteco anulaba la condena –“es un hombre que aún conserva mucho poder”, explica Bernabéu; “además, detrás de él tiene a las Fuerzas Armadas”–, en junio se anunciaba que un nuevo tribunal reanudará el juicio. Todavía quedan páginas por escribir en la narración de este histórico proceso.
Almudena Bernabéu aparece sonriente por una calle de Dénia, donde todos los años viene a pasar las vacaciones en familia. Mujer activa y enérgica, habla muy rápido, salta de una idea a otra sin parar. “Hablo en círculos, como los mayas”, avisa.
¿Qué es lo primero que pensó cuando escuchó que Ríos Montt era condenado por genocidio? Estaba en casa, sola. No está bien eso, tendría que haber estado con gente. Lloré. Me emocionó mucho la jueza Yasmín Barrios, que leyó la sentencia con voz temblorosa. Me pareció tan humano… Lo vi en el ordenador gracias a una ONG de Guatemala que lo retransmitió en streaming. Estaba medio asfixiada de emoción. Era la primera vez que se ganaba. Normalmente, te pasas años y años investigando estos casos, hablando con las víctimas, y no consigues condenas. Procuramos no crear expectativas, pero, al mismo tiempo, siempre soñamos con lograr justicia. Aunque esta no se consiguiera en Madrid, sino en Guatemala, me sentí dueña, en el sentido más puro, en el orgullo de la madre coraje, de haber parido un buen caso. Y empecé a recibir mensajes que me emocionaron por todas las vías posibles. Yo no sentía que era a mí a quien había que felicitar, pero yo era parte de eso. Me sentí muy orgullosa.
Los 626 asesinatos y el millón y medio de desplazados corresponden al periodo 1978-1983, que es superior al de la presidencia de Ríos Montt, que apenas estuvo año y medio en el poder… Sí, él estuvo poco tiempo como presidente, pero tenemos pruebas estadísticas, documentales y testificales de que el periodo de su presidencia es el más duro.
Pero ¿por qué fue el más duro? ¿Fue una decisión personal de Ríos Montt? Esta es una muy buena pregunta. El plan de asesinar a los pueblos indígenas, la destrucción de la guerrilla a través de la aniquilación del pueblo, el gran plan maestro, en realidad es anterior. Los guatemaltecos dirían que en realidad se inicia en la época colonial. Pero digamos que es en la presidencia de Lucas García cuando se establecen los planes militares y la estrategia. Luego llega el táctico, que es Ríos Montt. Con su golpe de Estado toma el poder. Es un militar joven, poderoso. Y es un hombre fanático, un hombre de guerra. De él dicen que es muy buen militar.
¿Cómo es Ríos Montt? Siniestro. Es un hombre atractivo: ladino blanco, guatemalteco blanco. Hasta cierto punto elegante: a sus 86 años, va siempre con la espalda muy recta. Yo creo que está loco, en el sentido más estricto de la palabra. Es un fanático religioso. Odia el catolicismo y a los católicos. Es protestante. Tiene la misma onda de los mormones y los evangelistas radicales de Estados Unidos. Pertenece a la Iglesia Evangélica del Verbo, que es una de las más enloquecidas; irónicamente, y esta es la parte que no entiendo, la fundan en Estados Unidos los llamados Jesus freaks, que surgen del movimiento de los sesenta, del verano del amor; en 1967 o 1968 nace esta Iglesia, en la que al principio toman ayahuasca. Pero luego se van radicalizando y se convierten en derecha recalcitrante. Hay algunos grupos que todavía se mantienen como una religión colectiva, más en el contexto del progresismo. Pero por otro lado están esos grupos que se radicalizan, en el norte de California, y que se transforman en esa derecha fanática. Ríos Montt pertenece a estos últimos.
¿Y qué es lo que hace al tomar el poder? Él implementa los planes concebidos en la Administración anterior. Considera, y lo dijo en su testimonio, que te pone los pelos de punta, que el ejército anterior estaba compuesto por una panda de vagos que tenían todo lo que hacía falta para poner en marcha la política de tierra arrasada y no lo hicieron. Se siente orgulloso de ello.
¿La reivindica? Totalmente, es su gran obra.
¿Incluido el asesinato de la gente? Él niega que el objetivo fuera el asesinato de la gente. Pero no niega que concibe la destrucción de la guerrilla a través de la destrucción de un pueblo. El pueblo deja de tener cara, deja de tener edad, deja de tener sexo.
¿Eso lo dice él en el juicio? Sí, sí. Son masas de gente que están en medio, como si fueran telaraña que estorba y que hay que limpiar; como si fueran maleza que retirar a golpe de machete.
100.000 mujeres violadas: un 35%, niñas. Eso todavía resulta duro para mí.
El periodista John Carlin escribió que, en realidad, el régimen de Ríos Montt fue más duro y despiadado que el ‘apartheid’ sudafricano. Sí, por supuesto, con mucha diferencia.
¿En términos históricos, con qué lo compara? Con la esclavitud en Estados Unidos. El racismo en el apartheid tiene todo el carácter colonialista. El racismo en Estados Unidos es una decisión política de convertir a un igual, solo por cuestiones de color, en alguien que es prescindible, en alguien que es un pedazo de mierda, en alguien que es un esclavo; y la sociedad norteamericana aún no se ha curado de eso. Hoy, todavía, amigos que tengo del trabajo, que son cercanos al presidente Obama, vienen a contarme que nunca pensaron que con lo que hay que lidiar todos los días en la Casa Blanca es con el puto racismo.
¿Eso ocurre con Obama? Lo que no pueden soportar los blancos es que un negro sea su presidente. Con eso comparo yo a Guatemala. Guatemala es una sociedad que está compuesta, desde hace mucho tiempo, por personas de dos tonos, o de dos orígenes: el ladino mestizo y el guatemalteco. Y lo que hay es una decisión política de que el indígena siempre sea inferior. A lo mejor voy a decir una barbaridad, pero creo que es más complejo resolver eso que un régimen invasor como el apartheid. En Guatemala es horrible ver cómo un país interioriza la sumisión que impone la colonia. El racismo en Guatemala es profundísimo. Yo creo que más que en Sudáfrica, aunque igual digo una barbaridad porque no conozco Sudáfrica.
En Guatemala se produjeron más de 700 asesinatos de mujeres en 2012, muchos de ellos acompañados de torturas salvajes y mutilaciones, y solo un 2% de esos casos llegan a ser juzgados. ¿Es eso así? Parece como si esa época de violencia de la dictadura hubiera permanecido como una marca… Sí, completamente cierto. El uso de la violencia de una manera depravada y barata es una consecuencia del abuso de la violencia en el conflicto. La vida no vale mucho, aunque parezca un cliché. La mujer fue un instrumento en la guerra; era siempre violada en el seno familiar, y en el exterior. Los soldados estaban entrenados para violar. La dinámica era siempre la misma: todas las mujeres, a la iglesia con los niños; todos los hombres, a la casa del pueblo. Las mujeres, en la iglesia, violadas y maltratadas, siempre delante de sus hijos; las niñas, todas violadas, algunas asesinadas y otras no. Los niños no. Los hombres eran ejecutados, y a la fosa común. Todo esto lo sabemos por los testimonios de los hijos. ¡Cuántos clientes he tenido que vieron cómo violaban a su madre! ¡Y violaban también a las ancianas! Es un nivel de depravación… Hay una relación directa entre lo que pasó, lo que no se ha hecho (establecer responsabilidades) y lo que sigue ocurriendo.
Usted llegó a estar sobre el terreno. Tiene que ser muy duro escuchar esos testimonios. Lo es, pero al mismo tiempo da mucha energía. Si pudiera ver a algunas de las víctimas una vez al mes, sería mejor abogada.
¿Por qué? Porque eso te coloca los pies en la tierra. Yo cometo todos los pecados capitales, pero estos dos más: yo no sé si es pereza o desidia, pero a veces reconozco que me da pereza tener que llamar a un cliente; emocionalmente cuesta; es energía que tienes que sacar de alguna parte. Tengo malas semanas, pero en cuanto estoy con ellos diez minutos me doy cuenta de que me devuelven la energía. Ellos son muy, muy fuertes, me dan 78 vueltas en fuerza, en entereza. Son gente muy sabia: las experiencias extremas que han vivido los han hecho más prácticos. Son gente que me coloca en mi sitio.
Almudena Bernabéu vive en San Francisco desde agosto de 1999. Trabaja para la ONG Center of Justice and Accountability, una organización que lucha por los derechos humanos y contra la tortura a lo largo y ancho del mundo. Es una de las pocas abogadas españolas que trabajan en cuestiones de justicia universal ante la Audiencia Nacional. En los años noventa, en España, dio sus primeros pasos defendiendo a inmigrantes. Pero el proceso con el que empezó a hacerse un nombre fue el caso jesuitas de El Salvador. Consiguió demostrar la culpabilidad del exviceministro salvadoreño en el asesinato en 1989 de seis jesuitas españoles, entre ellos Ignacio Ellacuría. Latinoamérica siempre ha sido para ella polo de atracción. Y en estos días intenta sacar adelante un caso histórico, mítico.
¿Cómo se ha producido su entrada en la reapertura del caso del asesinato de Víctor Jara? Me llamó la familia. Parece que vamos para delante con la fiscalía.
¿Qué es lo que ha permitido reactivar el caso? Han encontrado al presunto autor material del asesinato. Este año se cumplen 40 años de la muerte de Víctor Jara. Su viuda y sus dos hijas llevan muchos años luchando por esto. En los últimos años, la cúpula militar fue procesada, pero salieron todos libres; en fin, cosas reales que ocurren en estos países. Y ahora acaban de encontrar al que podría ser el autor material del disparo, que está en Estados Unidos, en Daytona, Florida. Se llama Barrientos. Hay dos reclutas asignados al estadio en el que fue asesinado Jara que lo identifican como autor. Y ellos no están conectados, proceden de distintas partes de Chile.
¿Y qué piensan hacer? Barrientos ya está imputado en Chile y vamos a intentar dos cosas: por un lado, plantear una demanda civil contra él en Estados Unidos, que es la que lideraré yo, y por otro, intentar conseguir que con eso lo extraditen.
¿Qué supone este caso para usted? Mi madre me solía cantar la canción que decía Te recuerdo, Amanda… Jamás pensé que pudiera llegar a hacerme cargo de un caso como este. Víctor Jara es como un Che Guevara de lo intelectual, de lo cultural.
Los abuelos de Almudena Bernabéu pasaron años en un campo de concentración durante la Guerra Civil. La abogada valenciana considera que en España, la transición de una dictadura a la democracia se hizo de un modo un tanto dócil. “Ha habido muchas concesiones, voluntarias e involuntarias, que hemos hecho todos. No hemos tenido ninguna gran revolución en nuestro momento. Yo en mi familia he encontrado mucho la idea de: si me aguanto y me callo, las cosas van a ir mejor. El miedo fue tan grande y tan profundo, que cierto nivel de conformismo era preciso”. Observa que ahora en España la ciudadanía está revolviéndose con todos los casos de corrupción que han ido apareciendo. Nota que hay más rabia entre la población, más coraje. “Ya no hay nadie con los ojos tapados. Es muy importante para una sociedad cuando ya no hay vendas en los ojos”.
¿Considera que en otros países latinoamericanos deberían abordar procesos similares al de Guatemala? Sí, y seguirán. Mi esperanza es que el siguiente sea El Salvador, y que sea el caso jesuitas el que lo precipite. No es que me quiera apuntar méritos. Pero, en realidad, a lo de Guatemala se llegó gracias a que se llevó el caso a la Audiencia Nacional. El merecimiento es de todos. En primer lugar, de Santiago Pedraz, que es el juez titular y que hizo un gran trabajo en la Audiencia Nacional, y en segundo lugar, si quiere, a La Almudena [dice, en referencia a sí misma], que es una pesada. Eso sí, yo sin los guatemaltecos no habría hecho nada: me dieron los clientes, me llevaron a los sitios…
¿Hay alguna mujer o figura histórica que haya inspirado su vena luchadora? La verdad es que no. Yo siempre he querido ser como dos mujeres que no tienen nada que ver con lo que yo hago. Una era mi bisabuela, que era una amazona. Se quedó viuda a los 32 años, con nueve hijos, y la metieron en la cárcel, en Murcia, en el pueblo, por montar a caballo como los hombres, a horcajadas, y por llevar pantalones bajo la falda. La segunda, aunque suene a chiste, es Katharine Hepburn. En mi familia, las mujeres eran muy amas de casa; desde chiquitilla, yo veía los papeles de Katharine Hepburn en las películas y representaban lo que yo quería ser. Siempre me fijaba en mujeres que tuvieran la voz dura. Recuerdo a personajes españoles inolvidables, como Cristina Almeida.
Usted solía defender en el colegio, en aquella España de los setenta, a una chica hija de madre soltera. Ya tenía vena justiciera por aquel entonces… Yo soy la hermana mediana entre dos hermanos. Mi hermana, de pequeña, era una chica muy callada, muy introvertida; estaba un poco gordilla, y en el colegio se metían con ella. Debo de tener un sentido de la familia un poco agitanado; que se rieran de ella me rompía el corazón. También tengo un primo, que después resultó que era autista, que en los setenta era un nene que se comportaba raro: en mi familia no había tanta sofisticación como para hablar de autismo. Los abusos y las risas en torno a él me tocaban de manera extraordinaria.
Oiga, y usted, a estas alturas de la vida, ¿con qué sueña? Puede ser muy prosaico, pero sueño cómo reconciliar más mis dos existencias; siempre intento ver cómo puedo sentirme más cerca de aquí sin abandonar San Francisco; después de quince años, estoy acostumbrada a aquello. Sueño con éxitos increíbles en Nueva York, que está más cerca de Madrid; espero que en un futuro eso sea posible. Y sueño con resolver grandes casos, con dar la noticia, con ser un poco el Papá Noel de los derechos humanos, ser la portadora de buenas noticias, decir que hemos cambiado algo, que lo hemos conseguido.
(Tomado de El País)