Agosto está siempre sobre una balanza. Por un lado, parece que se pierde en el calendario anual, quizás debido a las altas temperaturas, la atractiva cadencia del verano o también a indisciplinas laborales y falta de exigencia.
No soy dado a ilustrar los trabajos periodísticos con anécdotas, pero en ocasiones resultan imprescindibles, como en esta.
Una vecina me comentó que acompañó a su hija a un centro de servicios especializados. A las 11 a.m., la persona que debía brindar la atención requerida, por demás muy necesaria, ya se había ido para su casa.
“Horario de verano”, le dijeron en un departamento contiguo.
¿Quién establece ese tiempo laboral? ¿Dónde está la aprobación pertinente? ¿Acaso con la etapa estival cambian automáticamente las regulaciones establecidas?
Otra persona conocida requirió de un documento para realizar un trámite, de esos tan complicados que debemos afrontar en ocasiones, no pocas por cierto. Pues se lo hicieron con cierta prontitud, pero quedó pendiente por la firma del funcionario autorizado, quien está de vacaciones y no existe sustituto para estampar la rúbrica.
Hace pocos días alguien me contó que fue a hacer por la tarde una gestión de compra en un centro comercial y lo encontró cerrado. En la puerta un cartel informaba: “Horario de Carnaval. De 7 a.m. a 1 p.m.”.
Y se repite la pregunta: ¿Quién autoriza esos cambios, pues la festividad se celebra a cualquier hora del día, pero también de la noche? Además, si ya que se estableció de esa forma, lo más correcto hubiese sido informar a los clientes con suficiente antelación.
Salvando las diferencias, ¿podría imaginarse un hospital que cierre a una hora determinada porque todo el personal tiene derecho a carnavalear, o que una fábrica de proceso continuo detenga la producción después del primer turno de trabajo por igual razón?
Y también parece ser que en agosto demasiadas personas coinciden en el disfrute de las vacaciones merecidas (el adjetivo siempre está endilgado) o para realizar “gestiones fuera del centro”.
Por ejemplo, localizar a alguien que pueda aportar elementos para un trabajo periodístico durante los días correspondientes al mes de agosto es tan difícil como escalar el Pico Turquino con un esguince en un tobillo.
Los periodistas podemos dar fe de ello.
El disfrute del verano y sus atractivas opciones no puede ser justificación para que impere la indisciplina, la planificación inadecuada y el desaprovechamiento de la jornada laboral.
Si nos hemos empeñado, con justeza y razón, en erradicar los entuertos sociales existentes y mal enraizados durante años, las razones baladíes tienen que quedar a un lado y haya calor o llueva, los trabajadores tienen que laborar las ocho horas diarias estipuladas y el programa de vacaciones del personal, en cualquier lugar, debe tener coherencia y previsión para no causar afectaciones.
Lejos estoy de abogar porque prime una posición extremista en cuanto al disfrute de las bondades que ofrece el verano para el esparcimiento, máxime para quienes tienen a sus hijos en edad escolar y julio y agosto devienen meses ideales para reunir a la familia, pero nadie tiene derecho tampoco a afectar a los demás por su disfrute personal.
Tan malo es no llegar como pasarse, aunque esa frase está hecha a la medida justa de la actitud de los cubanos.
La exigencia principal en ese sentido corresponde a las administraciones, porque son las encargadas de no permitir las indisciplinas y de aplicar las regulaciones laborales aprobadas y vigentes y no otras a merced de las circunstancias.
Sin embargo, agosto también muestra otra cara, esa que conforman los integrantes de colectivos laborales que trabajan ocho, diez y hasta más horas diarias en los balnearios, campismos, villas y centros recreativos y gastronómicos, instituciones que realizan diversos cursos de verano y otros lugares a los cuales acude la mayoría de la población, de acuerdo lógicamente con las posibilidades financieras.
Hay muchos para quienes el mes se alarga y no deja descanso alguno, aunque sus pequeños o adolescentes deban ir acompañados de otros familiares a la playa o al parque de diversiones, porque son requeridos de manera permanente en sus puestos para garantizar el mejor servicio posible a la población.
Por eso agosto está siempre sobre una balanza, que se inclina a favor y en contra, en dependencia del sector y de otros aspectos.
Hay quienes laboran para el bienestar y la recreación de muchos, y también quienes dejan sus puestos descubiertos o cierran las puertas de acuerdo con un inventado horario de verano o de carnaval.
Entonces, el reconocimiento y la admiración para unos y el señalamiento crítico para otros, entre calores casi insoportables y aguaceros copiosos que no refrescan, pero empapan.