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Rostros del amor de este mundo

René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo

Aunque es verano y el encanto del trópico invita al  descanso y el disfrute, sumergido en las aguas de  nuestras playas cristalinas, los integrantes de la XX  Brigada Latinoamericana y Caribeña de Solidaridad  con Cuba dedican por estos días el tiempo de sus  vacaciones a realizar labores agrícolas en la mayor de  las Antillas. Vienen a brindarnos su apoyo y amistad.  El diálogo con algunos de sus integrantes en el  campamento internacional Julio Antonio Mella,  enclavado en el municipio artemiseño de Caimito,  revela la dimensión de su amistad y la admiración  por la obra transformadora del pueblo cubano.

Campamento Internacional Julio Antonio Mella, en el municipio Caimito, provincia de Artemisa. Fotos: Heriberto González Brito

La libertad en su propia piel

Daniela Feliciano

Daniela Feliciano, de 17  años, viene desde Puerto  Rico a brindar su solidaridad.  Parodiando al español  José Luis Perales,  prefiere ser caminante  a ser camino, y ser libre  a ser esclava… Esta boricua  tiene una piel de  bronce pulido, y cuando  conversamos y descorre  su melena descubro en  su hombro izquierdo la  inscripción Libertad.

“Lamentablemente,  mi pueblo sigue bajo el yugo colonial estadounidense,  por lo que estamos aquí desafiando al bloqueo.  Al tener el pasaporte estadounidense, se nos  hace mucho más complicado venir, y sabemos que  podemos afrontar problemas a la hora de regresar  a casa”, dice con vehemencia.

Junto a otros brigadistas, Daniela escaló, hace  apenas unos días, el Pico Turquino, en señal de su  apoyo a las causas de los movimientos sociales boricuas.

“Nunca había hecho algo parecido. Allá tenemos  El Yunque, que es una elevación muy empinada;  pero el Turquino es como una montaña rusa,  porque tienes que subir, y después bajar, y otra vez  subir y así varias veces hasta llegar al final”.

En su primera visita a la isla ha recorrido también  varias provincias cubanas, pero recordó especialmente  la conexión que sintió con el pueblo de  Santiago.

Esta Cuba no es la que  imaginábamos

Gloria Chica

Gloria Chica, una  enfermera colombiana  que trabaja en el  hospital San Ignacio,  de Bogotá, visita  Cuba por primera vez.  Cuando a propósito de  su nombre y su bella  sonrisa aludo al bolero  La gloria eres tú, se  sonroja, sin comprender  mi  broma.

“En Colombia, lo  que creemos es que la  gente en Cuba es muy pobre y que no hay empleo,  por eso al ver a tantas personas trabajar  aquí con entusiasmo me sorprendí mucho. La  calidad humana de los cubanos, la seguridad  que se aprecia por todas partes y, sobre todo, la  salud en este país son realidades que ni siquiera  imaginamos allá”, expresa.

“Me asombró especialmente la rapidez con  que se realizan los exámenes médicos aquí. A algunos  brigadistas con padecimientos se los han  hecho en dos días. En Colombia se demora dos  meses solo obtener la cita”.

Al despedirnos, Gloria expresa que su contacto  con los cubanos le ha enseñado que en este país  todo es diferente a como se refleja en la opinión  pública colombiana. Por mi parte, le recomiendo  Las venas abiertas de América Latina y le aconsejo  que puede descubrir muchas cosas con la obra  de Eduardo Galeano.

Vine a esta isla en busca  de la verdad

Gilberto García

El joven mexicano Gilberto García vino con la certeza  de que existe una Cuba diferente a la que describe la  prensa de su país. La posibilidad de trabajar en el departamento  de Comunicación del Partido del Trabajo  (de orientación socialista) y conocer las estrategias propagandísticas  de los grandes medios le ha enseñado que  no se puede creer en lo que publican.

Contrario a muchos otros, este brigadista tiene experiencia  en las labores agrícolas, y cuenta que de niño  ayudaba a su abuelo en la siembra de maíz, habas y  acelga: pero el trabajo con las plantaciones de plátano  es toda una novedad para él. García se sorprende también  de la habilidad del campesino cubano que, con escasos  recursos, “se adapta y logra producir”.

Antes de concluir, se lamenta de la desatención gubernamental  a la agricultura mexicana y la crisis cada  vez mayor en la producción de renglones fundamentales.

Bajo el sol de 20 veranos

Colette Lavergue

Colette Lavergue contabiliza su estancia en  Cuba mediante un curioso método, para  ella el verano es como una unidad de medida:  “Estoy bajo este sol por vigésima vez;  vengo desde 1994”. Seguramente será porque  en Quebec, su ciudad de origen, esta estación  es breve y ligera, en marcado contraste  con la intensidad del trópico.

En perfecto español, como una latinoamericana  más, recuerda su primera llegada  al campamento. Habla con satisfacción de  las cabañas de madera donde durmió placenteramente  y del retrato de Fidel que le regalaron  entonces.

Hace apenas unos días, antes de emprender viaje, Colette sufrió una caída y se  fracturó el dedo meñique de su mano izquierda, que todavía tiene parcialmente inmovilizada.  Al cuestionársele sobre este posible impedimento para formar parte de  la brigada, no dudó en responder: “Me queda otra mano, dos piernas, mi cabeza… y  tengo mi corazón”.

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