Asenneh Rodríguez iba por el mundo con una sencillez apabullante; ella, que era una actriz de primera línea, una artista querida y reconocida, una creadora inquieta… nunca vivió divismos trasnochados. Asenneh Rodríguez parecía —y era— una mujer de pueblo, orgullosa de representar —una y otra vez, con gracia singular y emocionante— roles populares, entrañables, que casi siempre terminaban por deslumbrar al público por su fuerza y simpatía.
Asenneh ha muerto y todavía no hemos hecho inventario total de sus aportes a la escena, el cine, la radio y la televisión cubanos… Será muy difícil hacerlo, porque fue muy prolífica: son décadas y décadas de entrega, en puestas grandes y puestas pequeñas, en filmes más o menos relevantes, en programas dramatizados, en cabarés, en barrios y comunidades…
Y todo siempre con muchas ganas, con mucho rigor, con un respeto inquebrantable a su arte y a los espectadores. Hay que decirlo: muchos de los actores “de antes” asumían su trabajo como sacerdocio, más que como oficio; ojalá esa virtud fuera más común en los tiempos que corren.
Uno piensa en la actriz integral, en la que puede desenvolverse en casi todos los registros, la que está cómoda en todos los medios… y se da cuenta de que Asenneh era de esa estirpe.
Su organicidad era pasmosa: podía hacer llorar con desgarramientos profundos o hacer reír a carcajadas con sus giros vernáculos. Tenía muy buena dicción, una voz bien entrenada, una proyección contundente. Y era muy habilidosa, capaz de cantar y bailar sin perder nunca el personaje (su interpretación en Patakín, particularmente el solo de Ruperta la caimana, será recordada por mucho tiempo), con un dominio expresivo y un calado dramático impresionantes.
Declamando era una maestra. No repetía un poema, lo decía teniendo en cuenta los matices y las intenciones. Pocas veces la poesía de Guillén sonó con tan raigal autenticidad.
Asenneh fue envejeciendo y nunca nos dimos cabal cuenta, porque siempre mantuvo una simpatía y una gracia absolutamente atemporal. Estuvo a la altura de todos los papeles que le confiaron y muchas veces ofreció clases magistrales de actuación.
Pero siempre fue más allá de su ámbito profesional. Su labor en la defensa de los intereses de los artistas, por el mejoramiento de las condiciones de trabajo y por la dignidad de los cometidos, le valió el reconocimiento del sector. Era una voz respetada en congresos y reuniones. Dirigente partidista y sindical de base, nunca tuvo pelos en la lengua. La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) siempre contó con su entusiasta participación.
Considerable fue también su aporte al descubrimiento y formación de jóvenes artistas, a los que enseñó siempre con su ejemplo. Sin contar sus desvelos por su comunidad. Subía con la misma sonrisa grande al escenario de un teatro y a la tarima de la fiestecita del barrio.
La suerte es que buena parte del legado de Asenneh Rodríguez está a salvo. Quedan sus películas, grabaciones de sus programas en la radio y la televisión. Y también, obviamente, la memoria de sus triunfos.
Los cubanos que han pasado una vida viéndola, sin tontos encumbramientos, la van a extrañar. Algún día asistirán a un espectáculo, o mirarán una telenovela y pensarán: “este papel lo hubiera hecho Asenneh maravillosamente”. Se ha dicho muchas veces: los grandes artistas vienen para quedarse todo el tiempo.
Asenneh Rodríguez nació el 20 de junio de 1934, en Sagua la Grande. Debutó en un programa infantil de la emisora Mil Diez, del Partido Socialista Popular. Estudió magisterio en la Escuela Normal, pero continuó presentándose en programas de la radio y la televisión. Colaboró con la lucha clandestina en contra de la dictadura de Batista. Después del triunfo de la Revolución, se unió a importantes grupos teatrales. Fue parte de relevantes puestas en escena con el Conjunto Dramático Nacional. Fue comediante del Teatro Musical de La Habana e integró el grupo Buscón. Participó en más de una decena de filmes, entre los que se destacan Un día en el solar, Retrato de Teresa, María Antonia y Las profecías de Amanda. Se presentó en varios países de América, Europa y Asia. Recibió el Premio Nacional de Televisión, el Micrófono de la Radio y varias condecoraciones, entre ellas la Orden Alejo Carpentier y la Distinción por la Cultura Nacional.