Antonio Díaz Rodríguez perpetúa la imagen de Sancti Spíritus a partir de las musas susurrantes que liberan sus tejados, así, hilvana las percepciones de la urbe que le vio nacer y representa en sus cuadros las esencias de la villa; bañadas todas en el rojo ocre que aun salvaguarda los secretos más antiguos.
El “discurso” de sus pinceladas emerge desde las alturas en una captación singular del paisaje urbano que le rodea. Las manos, declaradas voceras incansables de todo cuanto su inspiración propone, dilucidan en un gesto el nacimiento de la ciudad entre las fibras expectantes del lienzo.
¿Cómo llega al mundo de la plástica?
“Soy de formación autodidacta, desde la enseñanza primaria hice mis incursiones en la pintura; yo diría que fue una etapa de prueba, hasta que opté por la profesión de maestro como “modus vivendi”, a pesar de que jamás dejé a un lado mi vocación de pintor. Estuve combinando ambas funciones hasta los años ´70 y en 1982 comienzo a trabajar como administrador en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Ya inmerso en ese ambiente, llegó la oportunidad de profesionalizarme y decidí convertirme en pintor a tiempo completo.
“Posiblemente si hubiera sido en la actualidad -prosigue Antonio-, no tendría este oficio, porque en aquellos momentos se hacían muchas ambientaciones a través del Fondo de Bienes Culturales (FBC) y la UNEAC. Así, contábamos con un entorno de trabajo que nos proporcionaba los ingresos para sustentar a la familia; decorábamos hoteles, hospitales, policlínicos; pero la situación de Sancti Spíritus cambió. En estos momentos aquí no existen ese tipo de espacios, incluso, las condiciones de la venta de artes plásticas también son distintas”.
¿Qué opinión le merecen las trabas existentes hoy en la comercialización de obras de arte?
“Tomo como punto de partida las necesidades que tiene uno como ser humano; eso, unido a la comercialización de tu obra, va poniéndote límites. Gran parte de los cuadros que he pintado en los últimos 9 años, por ejemplo, están fuera de Cuba, por tanto, el patrimonio intangible se ve afectado en alguna medida.
“Hubo una época en que comercializábamos mediante el FBC, esas vías dejaron de funcionar y el tema se ha analizado a todos los niveles. Hasta en el último Congreso de la UNEAC nos dijeron que estaba en revisión un documento que autorizaba y perfilaba lo concerniente a las ventas, pero todavía no hay respuestas concretas en torno al asunto”, comenta el reconocido paisajista espirituano.
Las brisas evocadoras del mar y el espíritu latente de las naturalezas muertas desandan la superficie de algunas de las más de mil piezas que engrosan su prolífera carrera. Los trazos, las perspectivas, las intenciones y las policromías embargan los espacios en blanco hasta definir el mundo que Antonio Díaz reinventa una y otra vez; aunque, sin dudas, es su capacidad de “adivinar” a la ciudad desde la sublimación de sus techumbres lo que le hace único.
¿De qué manera los tejados llegan a incitar su inspiración?
“Como todas las cosas que la gente no espera. Yo jamás pensé en pintar una ciudad o sus tejados, pero cierto día, los azares me llevan a hacer un cuadrito donde escogí los techos como motivo. En un primer momento no le hallé muchos valores (sonríe); fueron mis amistades quienes me incitaron a que lo presentara en un festival nacional donde obtuvo el segundo premio. Desde entonces comencé a probar uno y otro y otro…hasta que me enamoré de las tejas”.
¿Cómo ha evadido el estancamiento sin renunciar a los motivos más recurrentes en su obra, por ejemplo, los propios tejados?
“Resulta difícil, por suerte la inspiración pone su magia. Siempre estoy pendiente de imágenes llamativas que irrumpen nuestro andar cotidiano, empleo las mañas que me dejó el oficio de fotógrafo para aguzar los sentidos. Todas esas percepciones que fluyen ante mí devienen fuente para crear una visión propia de Sancti Spíritus.
“A veces hasta violento las perspectivas, sin embargo, el hecho de crear mi propia ciudad hace que no me repita; en el 98 por ciento de mis cuadros es imposible situar específicamente los lugares que aparecen, porque surgieron en mi mente. Solo uno de mis óleos más famosos (Entre dos aguas, 120x70cm) se ubica con facilidad: es el techo de mi vecino”, afirma quien mereciera El Premio Amelia Peláez por la Obra de la Vida y La Distinción por la Cultura Cubana.
Antonio Díaz Rodríguez transgredió las fronteras de los arquetipos para mostrar a su terruño más allá de la Parroquial Mayor o el Río Yayabo; institucionalizó la teja como mediadora entre Sancti Spíritus y un ente “otro” que pretende desentrañarla. Cree poco probable que los jóvenes pintores hayan marginado a su ciudad como elemento de inspiración, sin embargo, entiende que “le tienen miedo a ser antiguos, a no estar acorde con el momento”; y al referirse a la solidez del movimiento plástico espirituano por estos días, insiste:
“Tenemos excelentes figuras nuevas, coterráneos que nos representan incluso fuera del país; pero resulta verídica la pérdida del buen hacer, no es que sea detractor de las noveles tendencias, pero como decía Picasso: ´para saber desdibujar hay que saber primero dibujar´, por tanto, es contraproducente esconderse detrás de lo novedoso porque somos incapaces de abordar lo mejor de la herencia pictórica cubana. Solo la calidad y el oficio confieren trascendencia a una obra.
¿Con una carrera consagrada como la suya, sigue usted en constante superación?
“Sí, porque no sé nada, y si alguien piensa lo contrario, por la misma escalera que sube, desciende. Eso está ocurriendo con muchos jóvenes, no solo en la plástica, también en otras profesiones. Las ansias de conocimiento deberían ser inagotables, sobre todo para los autodidactas como yo, porque mientras en una escuela te enseñan que rojo + azul = violeta, nosotros tenemos que experimentar para saberlo”, sostiene el también reconocido en Cuba como El Pintor de los Tejados.
Ya el tiempo ha perfilado su rutina. Prefiere el frescor de las mañanas para desdoblarse entre los sepias, y el azul que parece estremecer las paredes del discreto estudio tras contundentes trazos que revelan la bravura del mar. Confiesa recordar “a ratos” a aquel “Fortuna” que la subsistencia reclamara y del que jamás se hubiera deshecho; aunque también advierte que a estas alturas ya ha encomendado en “férreo testamento” la permanencia en las paredes hogareñas de otras obras que morirán a su lado.
¿Tiene la vida algún pendiente con usted?
“Si me dejara recomenzar, ingresaría a una escuela de arte; no porque reniegue de mi condición de autodidacta sino porque veo las posibilidades de aprender que tienen los jóvenes, oportunidades que han mermado en Sancti Spíritus con la lamentable desaparición de la Academia de Artes Plásticas de Trinidad”.
Nuevos proyectos…
“Quisiera montar una exposición personal a propósito del aniversario 500 de la ciudad; eso solo es una idea, por lo pronto no ceso de pintar”.
Antonio es creador-creado; un binomio ingénito a partir de los motivos que lo han conducido a la evocación perpetua de su terruño natal. El Espíritu Santo le ha moldeado como artista y en un gesto apologético lo inscribió como “El Pintor de la Ciudad”; título que descansará siempre en el pincel certero que, desde hace 50 años, decidió significar las esencias de esta villa a partir del más silencioso testimoniante: sus tejados.