Cada quien hace del verano una historia diferente. Y ni siquiera es igual en cada provincia, municipio o comunidad. Tampoco dentro de la casa es fácil complacer a todos por igual, pues niños, padres y abuelos tienen intereses e ideas disímiles para la etapa por excelencia de lluvias y sol ardiente.
Sin embargo, algo sí parece claro. Las opciones tienen y pueden incrementarse en medio de las limitaciones económicas. Solo hace falta ponerles un poco de corazón a las ideas y a la creación. De nada vale realizar planes y más planes en todos los organismos involucrados en este esfuerzo sudoroso del país, si luego las actividades y lo previsto falla por lo subjetivo.
Hay que ser celosos y prever hasta el más mínimo detalle. Necesitamos abrir el diapasón más allá del siempre demandado campismo o la orquesta bailable en un parque de pueblo. ¿Qué nos impide extender el impresionante circo, las buenas obras de teatro, los recorridos históricos o las gustadas ferias artesanales más allá de la capital?
Asimismo, se impone una vez más estirar y concebir la recreación con más lectura (no son descartables presentaciones de libros para niños y jóvenes), más naturaleza y más aprovechamiento de los recursos informáticos en cada rincón del archipiélago, en tanto las casas de cultura, los consejos voluntarios deportivos y los círculos sociales pudieran llenarse también de atractivas propuestas para un amplio público que no necesariamente quiere quemarse su piel en las playas.
La divulgación de lo que hagamos es vital y habrá que depender no solo de la televisión, la radio y alguna publicación impresa. La mejor promoción de cualquier opción es la calidad y el ambiente que allí se genere, capaz de hacer que el visitante regrese y lo comente con amigos y familiares. En esto último, las nuevas formas de trabajo por cuenta propia se han robado la arrancada y aunque todavía sus precios no son asequibles a la mayoría del pueblo cuentan igualmente para un público determinado en esta etapa veraniega.
Y no olvido que existirán también oportunidades de bañarse en ríos, montar a caballo, ascender montañas, bailar en una discoteca, disfrutar de una fría cerveza y arrollar en algún carnaval. Pero el espíritu de estos meses debe ir encaminado a crecer en propuestas (sobre todo en moneda nacional) y desterrar la concepción de que verano es sinónimo de ron y guaracha.
Para los trabajadores que no podrán descansar estos dos meses (un grupo importante son quienes aseguran la comida, el transporte y el funcionamiento del país), cada centro laboral y cada sección sindical pudieran asumir su atención con un mejoramiento en las condiciones básicas (climatización donde se pueda y mejor organización para evitar pérdidas de tiempo), sin descuidar los índices de electricidad, eficiencia y productividad.
A julio y agosto les nacen siempre más demandas que ofertas. El reto de todos los ministerios y organismos encargados es demostrar que además de sol y playa vivirán las peñas literarias y culturales para desbordarnos de pasión y los espacios deportivos para ejercitar cuerpo y mente, en tanto la programación televisiva apuesta por complacer más de un gusto. En todas, debe primar el sello de la exquisitez, o al menos acercarse.
Cada quien debe tener finalmente en cuenta que este verano se parecerá a nosotros en la medida que seamos más entusiastas y responsables con el medio ambiente; más creativos y certeros en cada actividad (cada región tiene sus costumbres y tradiciones); más disciplinados en medio de la alegría y más revolucionarios en la obra cotidiana que construimos.
Ahora mismo no se puede decir que está todo dicho. Los chorros de sudor comienzan a galopar sobre nuestros cuerpos. No hay contradicciones entre trabajo y verano. Se complementan y es el momento preciso para recordar que no hay nada más feliz que eternizar estos meses en la memoria de toda Cuba.