La máxima de que en una industria son tan importantes los recursos humanos como los materiales es totalmente tangible en el área de la cocina-comedor, en la Unidad Empresarial de Base Central Majibacoa, en el municipio homónimo en Las Tunas, donde trabajadores de servicios y comensales agradecen los progresos introducidos.
“La rehabilitación incluyó pintura del local, cortinas, utensilios para la elaboración y consumo de los alimentos, díganse ollas de presión, fogones de gas licuado, vasos, cucharas, cuchillos, tenedores… y la reposición del mobiliario”, reseña alegre Magdeline Zaldívar Duque al frente de esas prestaciones.
Y las cocineras andan de plácemes: “Imagínese que ya la leña verde y el humo que hacían llorar son parte del recuerdo. Tenemos asegurados condimentos y otros productos que antes buscábamos cada una por nuestra cuenta para lograr una mejor calidad”, confiesa Elena Pupo, quien pondera las transformaciones que le quitan una carga de 30 años a pie de fogón.
“Los cambios se notan fácilmente, comenta Elena, pues hasta hace poco los trabajadores entraban al comedor todo desaliñados y ahora no. Ellos vienen bien vestidos, limpios, nada de sudados, ni con las manos y el cuerpo marcados por el tizne, grasas, óxido…”.
Correctamente uniformados, los encargados de este sensible servicio trazan los derroteros de una manera nueva de comportarse que redunda en una mayor satisfacción colectiva, y se traduce en resultados productivos que requiere la aspiración de crecer en la producción de azúcar.
“Aquí hay dos turnos de trabajo y entre sus integrantes existe fraternal rivalidad que conduce a la elevación de la calidad, estimulada por un sistema de pago que premia con dinero el mejor desempeño”, acota Magdeline.
“El salario básico es de 255 pesos, pero a veces la estimulación lo eleva casi a esa cantidad en dependencia de lo que hagamos”, confirma Elena.