Los dos representan la continuidad de una tradición revolucionaria nacida en los albores de las luchas independentistas cubanas. Si en la primera lid emancipadora del siglo XIX confluyeron un Céspedes maduro y un juvenil Agramonte, y más tarde le correspondió al joven Martí reorganizar a los veteranos de la Guerra Grande y juntarlos con la nueva hornada de combatientes por la libertad para emprender la Guerra Necesaria, en el XX se unieron en un mismo propósito emancipador el veterano Baliño y el veinteañero Mella, y de la historia siguieron brotando ejemplos.
Manuel y José de Jesús habían surgido de lo más humilde del pueblo. Manuel, nacido en un miserable hogar campesino, iniciado en las faenas del campo desde los 8 años, era obrero agrícola, y con mucho esfuerzo logró concluir la enseñanza primaria. José de Jesús, aprendiz de operario de telar en una fábrica de medias, no pudo sobrepasar el sexto grado.
Los unió un ideal que no repara en edades cronológicas; la decisión de transformar el injusto orden social que reinaba en su patria. Cuando Fulgencio Batista dio el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 para apoderarse de las riendas del país, la esposa le dio la noticia a Manuel y la respuesta de este fue: “Como mismo subió, lo quitamos”. Nunca pensó, como solía decirse en su tiempo, que por su edad “no estaba para esos trotes”.
En busca de un rumbo a sus inquietudes revolucionarias se incorporó al Partido Ortodoxo, y pronto reveló su interés en enrolarse en la lucha armada. Fue uno más en la compacta muchedumbre de jóvenes que protagonizaron la combativa Marcha de las Antorchas en homenaje al centenario del natalicio del Apóstol.
José de Jesús solía repetir la frase: “Martillo antes que yunque”, por eso, compañeros suyos lo apodaban Martillo. Se integró al Movimiento insurreccional que organizaba Fidel, como parte de una célula revolucionaria en el barrio de Cayo Hueso, dirigida por Raúl de Aguiar.
Aquel 24 de julio la esposa de Manuel le extrañó que se dispusiera a salir de la casa con una muda de ropa envuelta en un paquete, porque nunca, en quince años de matrimonio su compañero había dormido fuera del hogar, y más le sorprendió al ver que dejaba la llave de la casa sobre la mesa. El se justificó diciéndole que cuando regresara seguramente ella estaría allí. Sin embargo, no regresó. Salió vivo del Moncada pero fue detenido y asesinado.
José de Jesús se despidió de su madre con el argumento de que iba con algunos amigos del barrio de Cayo Hueso a divertirse en la playa de Varadero y tal vez demoraría un poco en regresar. Tampoco retornó al seno familiar. Junto con Raúl de Aguiar, Andrés Valdés y Armando Valle logró escapar y llegar hasta la finca de los Castro Ruz donde los tres combatientes fueron auxiliados por Ramón Castro, quien les facilitó ropas y dinero para viajar a la capital, pero por el camino fueron capturados y sus cuerpos abandonados en el barrio rural de Damajayabo en el municipio El Caney.
Tal fue el destino del combatiente de mayor edad y uno de los más jóvenes, que cayeron como parte de una misma generación: la del centenario del Maestro.