Son misivas llenas de amor y ternura, que evidencian cuánta sensibilidad hubo en esas almas y con qué valentía afrontaron el infortunio de ser acusados por el Gobierno de los Estados Unidos de revelar un secreto a la antigua y lamentablemente desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
No apelaré a la memoria, dada las complejidades jurídicas del caso. Me auxiliaré de una fuente perfecta para estos casos: la enciclopedia cubana Ecured.
Julius Rosenberg nació en Nueva York, el 12 de mayo de 1918, y era ingeniero eléctrico. Ethel nació en Nueva York el 28 de septiembre de 1915 y fue aspirante a actriz y cantante. Juntos formaban parte de la Young Communist League, las juventudes del Partido Comunista de los Estados Unidos.
Ella creció en una familia obrera judía. Tuvo varios sueños: ir a la Universidad, cantar y actuar. Pero la pobreza la obligó a trabajar como oficinista.
Julius creció en un ambiente parecido al de Ethel. Ambos vivían en el mismo vecindario y asistieron a la misma escuela, aunque se conocieron años después, cuando él estudiaba ingeniería y coincidieron en un acto para recoger fondos para la Internacional Seaman´s Union, y ella cantó en la parte cultural.
A pesar de sus múltiples actividades, ella encontró tiempo y mecanografió todos los informes académicos para que Julie pudiera graduarse de ingeniero en el City Collage de Nueva York. Después de terminar los estudios se casaron el 18 de julio de 1939 y a partir de este momento ella se unió a la sección femenina auxiliar del sindicato de la Federación of Architects, Engineers, Chemists and Technicians (FAECT), al que pertenecía su esposo.
En 1940 el matrimonio encontró trabajo en Washington, pero regresaron en 1941 a Nueva York, al obtener Julie un empleo mejor remunerado. Ethel se convirtió en la única voluntaria de tiempo completo de la Liga de Defensa del Este, primera organización de defensa civil a nivel de barrio que fue un ejemplo para la creación de otras organizaciones similares en todo el país. Por este trabajo recibió una carta de elogio de Eleanor Roosvelt. Allí organizaba campañas de donaciones de sangre y pronunciaba discursos a favor del esfuerzo de guerra. Pero cuando en 1942 quedó embarazada comenzó otra etapa de su vida, pues se volcó totalmente a prepararse para recibir a su primer hijo, estudió psicología infantil, aprendió a tocar guitarra con el fin de cantarle al pequeño y sus actividades políticas finalizaron al nacer Michael, el 10 de marzo de 1943.
En 1947 nació el segundo hijo: Robby y ella se dedica por entero a las labores domésticas.
Desde el término de la guerra hasta el año 1950 vivieron una vida tranquila, dedicados a la educación de sus hijos y rodeándolos de cariño, pero ninguno de los dos pudo predecir que su vida en este año cambiaría, tomando un peligroso giro que los llevaría a la separación definitiva de sus hijos y la injusta muerte.
«Venimos de un medio humilde y somos humildes. De no haber sido por las acusaciones criminales en contra nuestra, habríamos vivido nuestras vidas sencillamente, como la mayoría de las personas, desconocidos para el mundo, salvo para aquellos pocos cuyas vidas se entrecruzaron con las nuestras.» (Fragmento de la Petición de Clemencia Ejecutiva de los Rosenberg).
El proceso
Todo comenzó el 28 de agosto de 1948, cuando la Unión Soviética probó su primera bomba atómica. Al año siguiente, un agente de contrainteligencia del Buró Federal de Investigaciones (FBI) descubrió que el servicio secreto ruso, la KGB, tenía un informe del Proyecto Manhattan, el plan secreto de los EE.UU. para desarrollar la bomba atómica, escrito por Klaus Fuchs, brillante físico de origen alemán.
Las investigaciones descubrieron una conspiración con varios implicados, incluyendo a David Greenglass, cuñado de Julius.
David inculpó a su cuñado y su hermana. A partir de ese momento los investigadores clasificaron a Julius como el jefe de la red. Así comenzó el amañado juicio, iniciado el 6 de marzo de 1951.
En aquellos años se vivía un fuerte ambiente anticomunista y persistía el miedo a un inminente enfrentamiento con la Unión Soviética. Esos aspectos influyeron en el juicio.
El juicio siempre se ha visto como un fraude por la total falta de evidencias sólidas que culpasen al matrimonio. Toda la acusación que pesaba sobre ellos era las declaraciones de David y su esposa.
Julius y Ethel tenían pocos amigos, por lo que fueron sus propios testigos y eso los afectó en la defensa.
En la petición de clemencia enviada por Ethel Rosenberg al Presidente de los Estados Unidos, ella declaró abiertamente su inocencia y su valiente posición.
”…No somos mártires ni héroes, ni aspiramos a serlo. No queremos morir. Somos jóvenes, demasiado jóvenes, para la muerte. Ambos anhelamos ver crecer a nuestros dos pequeños hijos, Michael y Robert, hasta que lleguen a ser hombres. Deseamos, con cada fibra de nuestro ser, que nos restituyan en algún momento al lado de nuestros hijos para reanudar la armoniosa vida familiar que disfrutamos antes de la pesadilla de nuestros arrestos y condenas. Deseamos que nos reintegren algún día a la sociedad donde podamos contribuir con nuestras energías a construir un mundo en el que todos tengan paz, pan y rosas.
Sí, aspiramos a vivir, pero con la sencilla dignidad que inviste solo a aquellos que han sido honestos consigo mismo y con sus semejantes. Por lo tanto, con honradez, solo podemos decir que somos inocentes de este crimen.”
Más adelante Ethel hizo un análisis de todo el proceso y la debilidad de las pruebas presentadas, y acota:
”Solicitamos las conmutaciones de unas sentencias que producirían la indecible tragedia de la destrucción de nuestra pequeña familia, así como habrían de sentar un precedente para el abandono, en Norteamérica, de la apreciación civilizada del valor de la vida humana (…)”
En Sing Sing
Según cuentan los medios de la época, cientos de policías tenían la misión especial de vigilar la cárcel Sing-Sing de Nueva York. Adentro, un grupo de seis hombres del FBI, equipados con dos líneas telefónicas conectadas directamente con Washington, esperaban en un puesto secreto, con la esperanza de que Julius Rosenberg o su esposa Ethel prefirieran confesar sus actividades de espionaje a ser ejecutados.
Fuera de la Casa Blanca pequeños grupos de manifestantes portaban pancartas con la inscripción: «¡Muerte a las ratas comunistas!».
Pero a unos 50 km. al sur, en la Union Square de Nueva York, una multitud de miles de personas se reunió para pedir clemencia. Stalin acababa de morir en marzo de 1953 y para millones de personas la Unión Soviética era aún la patria del socialismo, el país que a costa de pérdidas humanas infinitas había hecho posible la victoria sobre el nazismo.
Ambos fueron finalmente ejecutados en la silla eléctrica el 19 de junio de 1953. Las crónicas de la época cuentan que Julius murió a la primera descarga, pero su esposa Ethel, a pesar de ser una mujer pequeña y supuestamente frágil, resistió tres antes de fallecer. Dejaron dos hijos pequeños de 3 y 7 años respectivamente.
Exonerados por la historia
Trece años después del crimen, David Greenglass, el hermano de Ethel, confesó públicamente que la acusación que les hiciera y los llevara a la cárcel fue falsa.
David había sido obligado a firmar una declaración, en junio de 1950, en la que aceptaba haber sido cómplice de Harry Gold, un químico de Filadelfia que confesó al Buró Federal de Investigaciones (FBI) ser el contacto en los Estados Unidos de Klaus Fuch, científico inglés acusado de espionaje a beneficio de los «rojos».
El hermano de Ethel, en busca de reducir su condena y presionado, incriminó a Julius y Ethel, y dijo que su cuñado lo captó para formar parte de una red espía de Moscú.
En 1970, el FBI desclasificó documentos probatorios de la gran farsa que constituyó aquel juicio histórico.
Tres décadas más tarde, la Asociación Americana de Abogados reconstruyó durante dos días el proceso a los Rosenberg, y arribó a la certeza concluyente de que los dos eran inocentes de las acusaciones por las que fueron ejecutados en la silla eléctrica.
Cartas
12 de agosto de 1950
Queridísima Ethel,
Anoche oí la noticia por la radio y después de agotadores esfuerzos por verte o comunicarme contigo, me han dado permiso para escribir esta carta. Hazme saber lo antes posible cómo te sientes. ¿Cómo están los niños? ¿Se ha dispuesto algo para ellos? Conserva la serenidad. Con todo mi amor,
Tu Julius.»
12 de agosto de 1950
Mi querido Julie,
Ya debes saber lo que me ha ocurrido y por qué te escribo desde la cárcel de mujeres. Querido desearía poder decirte que me mantengo serena, tranquila y ecuánime, pero la realidad es que he derramado muchas lágrimas de angustia por los niños. Mi corazón clama por ti y por los niños. Ahora todo resulta más duro que antes porque ambos sabemos que ninguno de los dos está libre para cuidar de nuestros seres queridos. Cariño, todas las noches antes de dormirme hablo contigo y lloro porque no puedes oírme. Para ti, amadísimo mío, todo mi amor y mis más fervientes pensamientos.
Te amo.
Ethel»
28 de octubre de 1950
Querido mío,
Hoy me siento muy débil en lo que atañe a mi comportamiento emocional; perdóname, por favor. Esta situación hace estragos en mí cuando de los niños se trata. Piensa que este viernes hará once semanas que vi a nuestros hijos por última vez. Increíble, inimaginable, descorazonador. ¿Qué hemos hecho para merecer semejante desdicha? Hemos vivido una existencia honrada, constructiva. (…) ¿Sabes tú lo mucho que te quiero?, Te suplico cielo mío, que seas fuerte por mí…
Amorosamente,
Ethel»
4 de noviembre de 1950
Amor de mi vida,
(…) Me conmoví hasta las lágrimas al escuchar cartas tan tiernas y compasivas de gentes buenas con sentimientos humanos. (…) Me siento muy cerca de ti, y te amo con todos mis sentidos. En esta hora de nuestra mayor necesidad, es realmente inspirador ver la prueba visible de un apoyo concreto de tantas personas sencillas. Es cierto que no estamos solos. Hay una tremenda reserva de gente buena en nuestra tierra, quienes velaran porque se conozca la realidad y porque se nos haga la justicia a que tenemos derecho… ¡Cuanto ansían mis brazos tenerte! Que afortunado soy en tener por esposa a una mujer tan apreciada y maravillosa como tú. Estoy orgulloso de ti, y es por tu bien que quiero que estemos en casa con nuestros hijos.
Julius»
27 de mayo de 1951
Queridísimo Julie:
Jamás podremos olvidar la turbulencia y la lucha, la alegría y la belleza de los primeros años de nuestras relaciones cuando me enamorabas. Juntos tratábamos de encontrar repuesta a todos los enigmas aparentemente insolubles que nos presentaba una sociedad compleja y endurecida. Esas respuestas han soportado la prueba del tiempo y el cambio.»
26 de febrero de 1952
Cariño,
Amor mío, anoche a las 10 en punto oí la espantosa noticia. En estos instantes, carente casi por completo de elementos a los cuales atenerme, me resulta difícil hacer algún comentario, como no sea una expresión de horror ante la prisa con que el Gobierno parece estar presionando para precipitar nuestra muerte. No cabe duda que esto demuestra que todo el análisis hecho por nosotros en relación con la naturaleza política de nuestro caso ha sido asombrosamente correcto. …; mientras tanto estoy tan atormentada, como también debes estarlo tú. Cariño si tan solo pudiera consolarte de verdad. Te amo tanto. … Tu fiel esposa,
Ethel.
31 de mayo de 1953
Ethel querida,
¿Qué le escribe uno a su amada cuando se enfrenta a la siniestra realidad de que se ordenó quitarles la vida en dieciocho días, en el 14 aniversario de sus bodas? La proximidad de la hora más negra de nuestras penas y el grave peligro que nos amenaza exigen todo el esfuerzo de nuestra parte para evitar la histeria y el falso heroísmo… (…) Todo el amor que hay en mi es tuyo,
Julie.
11 de junio de 1953
(…) Haz algo, Manny, haz el esfuerzo. Me parece imposible que nuestro aniversario de bodas se permita una crudeza tan monstruosa como nuestra ejecución. Pero, en fin, soy una persona incurable tonta que no puede comprender como los hombres pueden parecer hombres ¡ y no ser más que demonios sádicos disfrazados (…)
Ethel.
Poema
Ethel Rosenberg dejó a sus pequeños hijos en 1953 este poema.
«Si morimos»
Vosotros sabréis, hijos míos, sabréis
porqué dejamos las canciones sin hacer
los libros sin leer, el trabajo sin hacer
para descansar bajo la grama.
No más lamentos hijos míos, no más
porque las mentiras y las calumnias fueron montadas
las lágrimas que derramamos y el dolor que nos penetra
para todos deberá ser proclamado.
La tierra sonreirá, hijos míos, sonreirá
y el verde sobre nuestro lugar de reposo crecerá
el crimen finalizará, el mundo se regocijará en hermandad y paz.
Trabajad y construid, hijos míos
construid un monumento al amor y a la alegría
al valor humano, a la fe que guardamos por vosotros, mis hijos, por vosotros. Julius y Ethel Rosenberg: ternura en el infortunio