Rudens Tembrás Arcia, enviado especial
Turín.- La derrota del viernes ante Italia, por 3-0 sets, nos dejó las sensaciones más lógicas del mundo: decepción, impotencia, tristeza y algún que otro lamento por lo que pudo funcionar mejor para cambiar la historia.
Con el pitazo final del pleito sobrevino un largo silencio de los jugadores y las valoraciones en voz baja de nuestros estrategas, en ese acto de “tomar nota” que explica lo sucedido, ofrece calma y traza el rumbo para el próximo entrenamiento, para ese recomienzo inevitable del otro día.
Todo ocurre muy rápido, pero los sentimientos “se ven y hasta se escuchan”, se perciben en el ambiente. Se trata del momento más difícil de todos. Los rostros, las miradas, los gestos, todo dice algo en ese instante.
A quienes corresponde preguntar se nos hace un nudo en la garganta, pero al final lanzamos nuestras dudas porque se requieren respuestas para escribir esa historia que jamás queremos contar.
Por fortuna, nuestra selección nacional de voleibol tiene fibra y sabe enfrentar las derrotas con profesionalidad y valía. Desde su DT, Orlando Samuels, hasta el último integrante de la delegación, suelen reconocer al rival y mirarse muy adentro, conscientes de que variar la suerte ahora y en el futuro depende de todos en conjunto.
Aquel que jugó mal, y quien lo hizo bien, viven la derrota de modo similar, pues al final lo más importante era obtener el triunfo que la afición esperaba. Quizás por eso todos agradecen la palmada en el hombro, una frase de apoyo y la recomendación oportuna y precisa. ¡Qué más puede pedirse! ¡Qué más puede brindarse!
Sin embargo, la afición italiana ofreció un poco más, un bello gesto que hizo menos lúgubre el pasillo hacia el vestidor y el ómnibus.
Cuando la retirada cubana del mondoflex comenzó, en la vibrante Sala Ruffini, buena parte de la afición azurri detuvo la celebración con los suyos y empezó a aplaudir cerradamente.
El gesto tenía el sabor a reconocimiento y agradecimiento por el lindo espectáculo brindado, y también por la naturalidad de unos jóvenes que plantaron bandera –o al menos lo intentaron- frente a una selección de jugadores con notable madurez competitiva.
Las muestras de afecto se mantuvieron en las afueras del recinto, mientras nuestro ómnibus se alejaba, a oscuras y entre un ligero murmullo, hacia el hotel Turín Corso-Francia.
Particular emoción mostraron los cubanos residentes en esta ciudad, al menos los que tuvieron acceso al recinto.
Yianko, santiaguero de pura cepa y trabajador de la Sala Ruffini, contó que durante la semana decenas de compatriotas llegaron al lugar buscando entradas, pero desafortunadamente estaban agotadas.
No obstante, en medio del partido fue posible identificar a “gente de la tierra”, incluido algún que otro ex jugador de la selección nacional, desde hace años insertado con éxito en la liga italiana.
Su posición en el graderío, casi imperceptible, no impidió notáramos su intranquilidad y seriedad. Luego supe que se sintió triste por la derrota. Cualquiera diría que una cosa no quita la otra, y es cierto, pero también es verdad que este asunto tiene que ver –y mucho- con la fortuna actual del voleibol masculino cubano.
Acerca del autor
Licenciado en Periodismo de la Universidad de La Habana (UH). Especialista en los deportes de boxeo, voleibol, lucha, pesas y otros. Cubrió los XV Juegos Panamericanos de Río-2007, los XXX Juegos Olímpicos de Londres 2012, la final de la Liga Mundial de Voleibol 2011 y otros eventos internacionales celebrados en Cuba. Profesor de Teoría en la Comunicación de la UH y la Universidad Agraria de La Habana. Imparte cursos de esta y otras materias en diversas instituciones del país como el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha obtenido premios y menciones en el Concurso Nacional de Periodismo Deportivo José González Barros.