Bola de Nieve y a Rita Montaner
son dos de las últimas que se
han incorporado al Museo de
Cera de Bayamo. | Foto: René
Pérez Massola
El paseo General Calixto García, en Bayamo, suele estar concurrido. El tórrido sol del oriente cubano obliga a buscar refugio. Cualquier filito de sombra se agradece para escapar a tan quemante autoridad. Abrir una puerta y sentir el aire refrigerado se convierte entonces en una tregua que deviene sorpresa al vernos rodeados de figuras que están como esperando.
A la izquierda, un pequeño espacio se colorea de pájaros y reptiles. A continuación, José Martí, sentado, escribe quién sabe cuál de las cartas que le quedaron por enviar. De pie, como el apuesto gentilhombre que fue, Carlos Manuel de Céspedes sigue señalando el camino. Un poco más atrás, Hemingway permanece ensimismado. Entre sus dedos, un habano que nunca llegará a cenizas.
A la derecha del separador, el joven futbolista Fabio Di Celmo recuerda que la muerte puede ser injusta e inoportuna. Detrás empieza la música. El primero es Polo Montañez, un guajiro que bajaba estrellas y terminó calando hondo en el alma de mucha gente, incluidos Leander y Rafael Barrios, los artistas que junto a su padre, han poblado este museo de figuras de cera policromada. Le siguen Sindo Garay, un trovador que suplió con talento la belleza que la naturaleza le negara; y el Benny, con sombrero, bastón e inconcluso paso de baile.
Compay Segundo, tres en mano y cerrado traje, conserva su risueño talante. Dos personajes de la localidad contextualizan la muestra: Paco Pila, defensor del patrimonio histórico de la ciudad y la inspiradora de aquel tema del dúo Los Compadres: “Bayamo tiene dos cosas que no las tiene La Habana, una historia muy hermosa, y una Rita la Caimana, como baila Rita la Caimana…”.
Enlazados por esa complicidad que los acercó en la vida, permanecen Rita Montaner y Bola de Nieve. Ella de pie, hermosa, seductora, como acabando su pregón: Manííííí… Él, al piano, sonriente, disfrutando el aplauso.
Sorprende el realismo de estas figuras, unas mejor logradas que otras, pero en todas se aprecia habilidad en el manejo de la técnica escultórica y particularmente en el trabajo con cera, material maleable con el que los artistas intentaron, y consiguieron, reproducir texturas y matices de color en la piel, uñas y dientes de los personajes. Se aprecia además la rigurosa investigación histórica que incluye el vestuario y los accesorios que les acompañan.
Vencido el primer lustro de existencia, el Museo de Cera, único de su tipo en el país, se ha convertido en otro de los pretextos para visitar Bayamo. Potencialidades tiene para inaugurar una forma mucho más interactiva de gestionar los museos donde los visitantes trasciendan la postura de observador pasivo y enriquezcan, con sus visiones y experiencias, los personajes y piezas que los habitan.
Una investigación en este sentido ha desarrollado Máximo Gómez, director de la instalación rectora de esta labor en la provincia de Granma.
Pero mientras la novedad llega, válido sería que los asistentes hallaran en la instalación productos literarios y discográficos asociados a la vida y la obra de los intelectuales y artistas que su muestra acoge.