Advierto: no soy amigo de Iday Abreu, ni siquiera nos conocemos personalmente. Jamás hemos intercambiado palabras, solo saludos formales alguna vez en los pasillos del estadio 5 de Septiembre o en algún otro sitio donde hemos coincidido.
Pero me siento en el deber de escribir sobre él, una vez terminado el play off para los Elefantes del equipo cienfueguero. Es el líder, el paquidermo mayor encargado desde hace algunos años de conducir la manada por el mejor sendero en pos del triunfo.
Si muy merecidamente fue criticado por la prensa en todos sus soportes, con justeza y sin excesos, por la actitud asumida ante la equivocada decisión arbitral en la novena entrada del penúltimo juego entre Villa y Cienfuegos, en el estadio Augusto César Sandino, cuando Lazarito Rodríguez llegó quieto a la tercera almohadilla y el árbitro decretó out, ahora nos corresponde reconocer su posición digna de reconocer la equivocación y solicitar a los aficionados que lo disculpen.
Y no escribo sobre el asunto porque otros que cometen periódicos desafueros, ante miles de aficionados reunidos en el graderío y millones a través de la televisión y la radio, jamás “bajan la cabeza” ni tienen una frase siquiera de reconocimiento del error, en franca muestra de la prepotencia e impunidad que les han permitido en demasía, sino porque sus palabras tienen un sentido muy profundo del papel educativo, sobre todo, que le corresponde a un director en el beisbol revolucionario cubano y del extraordinario valor que tiene y tendrá siempre rectificar, como corresponde a los inteligentes y a las personas decentes y de bien.
Acertadamente lo reflejó ayer el colega Raiko Martín en la página deportiva del diario Juventud Rebelde, en texto titulado “Me quito el sombrero”.
El mayor signidficado de las palabras de Iday, transmitidas íntegramente por la televisión al finalizar el partido que le dio el pase definitivo a los azucareros de Villa Clara y “dejó tendida” a la manada elefantina de Cienfuegos, radica en que él sobrepone –como debe ser- su responsabilidad como educador de los atletas por encima de la de director técnico del seleccionado.
Textualmente expresó: “Perdimos el control en un momento en que la situación se puso adversa totalmente; pero no podemos olvidar nunca que somos educadores sobre todas las cosas y que actitudes como esas no ayudan para nada al béisbol cubano y al deporte revolucionario.
“Quiero disculparme principalmente con la afición de Santa Clara y la de todo el país que apreciaron un incidente bastante desagradable. Solo espero que la vida me dé la oportunidad de rectificar esos errores no con palabras, sino con hechos, dirigiendo disciplinadamente, conduciendo mi selección hacia el triunfo como lo he hecho hasta ahora”.
Siempre que ocurre una protesta con actitudes desmedidas en el terreno de juego, causadas principalmente por la poca calidad del arbitraje cubano y los frecuentes desaciertos de los “hombres de negro” (tema válido para otro comentario), pienso en los pequeños y adolescentes que aspiran a formar parte de las selecciones representativas de sus respectivas provincias en las series nacionales. El ejemplo, en esos casos, es de pésima factura.
Pero si ya sucedió, por el calor que siempre irradia la competencia, el lógico afán de vencer o el repudio lógico a lo injusto, lo más prudente es disculparse, en franco sentido de consideración a quienes han hecho del béisbol parte inseparable de sus vidas.
Si los directivos, atletas y árbitros merecen respeto, como tanto se ha insistido por los medios de comunicación, los aficionados también.
Por eso aplaudo y suscribo las palabras de Iday Abreu y el seguro compromiso de que desempeñará con mayor ahínco su papel de educador por encima del de mentor, como le corresponde a cada uno de los directores técnicos de cualquier equipo en cualquier deporte.