Estos sucesos se han convertido en nuevas chispas para el fuego con que Estados Unidos y el Reino Unido pretenden incendiar a Damasco a través de una agresión directa. La incursión militar de Israel en el conflicto y el incremento de acciones terroristas y atentados por parte de grupos rebeldes —fundamentalistas y mercenarios—, no son hechos fortuitos.
Dos años después del inicio de las revueltas internas, aprovechadas por Occidente para tratar de subvertir el orden constitucional, los planes urdidos por Estados Unidos, Israel y sus aliados en la conjura no han logrado el objetivo de debilitar el Gobierno de Al Assad, a pesar de las cuantiosas pérdidas de vidas humanas, los sufrimientos a la población y la enorme devastación material causados en la nación.
Según estimaciones del coordinador regional de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Panos Moumtziz, cerca de 8 millones 300 mil sirios, es decir el 38 % de la población, dependen de la ayuda internacional, tanto los que han buscado protección en el Líbano o Jordania, como los desplazados al interior del país.
Preocupados tras los sucesivos golpes propinados por el ejército y las fuerzas de seguridad a los opositores foráneos y por el desalojo de las bandas sediciosas de importantes localidades como la de Al Quseir, ocupada durante meses, los insurgentes y sus aliados occidentales aumentaron las presiones en demanda de la renuncia del presidente Bachar al Assad y la formación de un Gobierno provisional, principal consigna de los denominados Amigos de Siria.
En recientes declaraciones a la prensa sobre esa “cooperación amistosa”, Hassan Nasarallah, líder de Hezbollah, denunció que el propósito imperialista en relación con la crisis en Siria es fragmentar al país en pequeñas repúblicas carentes de un poder central fuerte. “No se trata solo de eliminar su ejemplo como eje de la resistencia a Israel, sino de destruir el Estado, resquebrajar la sociedad, el pueblo y el ejército para convertir la nación en un Estado fallido incapaz de decidir sobre su petróleo, gas y demás riquezas naturales”.
Ahora se suma un nuevo factor de cambio en este complejo panorama político-militar: la anunciada disposición de voluntarios de la República Islámica de Irán de brindar apoyo a Damasco en su combate por librar al país de invasores provenientes de numerosos países de la región.
La incapacidad de lograr sus objetivos en el corto plazo previsto, compulsó a Estados Unidos en medio de este difícil escenario a esgrimir uno de los consabidos pretextos utilizados para tratar de justificar las anteriores invasiones a Irak y Libia: el uso por el ejército de Al Assad de armas químicas como el gas sarín, con lo cual tratan de convencer a las Naciones Unidas y a la comunidad internacional de la necesidad de intervenir en el conflicto, cuando las mayores evidencias indican que estas habían sido disparadas contra las tropas gubernamentales por mercenarios infiltrados a través de la frontera con Turquía.
Lo que sectores de la oposición y los Amigos de Siria no han podido alcanzar en el campo de la confrontación armada, trataron de lograrlo mediante su reciente cónclave en Jordania, una reunión que culminó sin avances evidentes frente a la firme negativa del mandatario de la nación agredida a abandonar el poder por la fuerza y hacerlo solo mediante el libre sufragio del pueblo.
Esta reunión ha sido el preámbulo a la segunda conferencia internacional convocada por Rusia y Estados Unidos, que tendrá lugar en Ginebra en el próximo mes de junio y que según las expectativas, solo alcanzará resultados positivos si consigue poner fin a la agresión armada y la injerencia foránea, y hace posible el respeto a la soberanía y la autodeterminación del pueblo sirio, con el logro mediante negociaciones entre las partes en pugna de una solución de paz al conflicto. Aquí entrarán en juego, además de la necesidad de alcanzar la paz y la estabilidad en la región, puntos de vista encontrados sobre una contienda bélica que tiene sus verdaderas raíces en ambiciones geoestratégicas y poderosos intereses económicos y políticos.