“Adiós, mi novia linda”, le decía el joven que pasaba por su casa, y al que ella conocía de vista. Era alto, grueso, de espejuelos, y muy alegre. Vivían en la misma cuadra, en el barrio La Ceiba, en Marianao, un día de Navidad se presentó en su vivienda.
La madre de la muchacha, una española nombrada Herminia, muy fiestera y amiga de las comelatas, lo mandó a pasar. A partir de entonces sus visitas se hicieron muy frecuentes y comenzó el enamoramiento entre Gildo Miguel Fleitas López y Francisca González Gómez, Paquita.
Por las noches él le impartía inglés y mecanografía. “Me tocaba las manos, me hacía guiñitos…, hasta que mi mamá lo vio y le dijo que no me diera más clases; él contestó: ‘No, Herminia, vamos a seguir, que ella es muy inteligente’.
Así comenzó el noviazgo. Poco a poco ella supo las inquietudes políticas de su prometido, quien laboraba como oficinista en el Colegio de Belén. Fue allí donde él conoció y estableció una estrecha e incondicional amistad con Fidel Castro Ruz.
“Gildo me comentó que cuando Fidel era pupilo en Belén, se cayó de una bicicleta y perdió el conocimiento. Entonces él lo recogió y lo llevó para el hospitalito de la escuela. Cuando el muchacho volvió en sí, a la primera persona que vio fue a Gildo”, rememoró Paquita.
Precisamente en el libro Todo el tiempo de los Cedros, de la escritora Katiuska Blanco, se hace alusión a esa entrañable amistad. El día de la graduación, sus amigos más cercanos no estaban entre quienes lo aplaudían en la solemne ceremonia.
“Al final del día, al acostarse, pensó en los hermanos Manuel y Virginio Gómez Reyes, en Gildo Miguel Fleitas y en José Luis Tasende. Ellos eran sus verdaderos y más cercanos compañeros; los más leales y sinceros de entonces”.
No fue casual que compartieran los mismos ideales. “Un día me habló de la necesidad de ayudar a Fidel, aspirante a representante por la ortodoxia, y así fue. Muchas veces Gildo me visitaba acompañado por él. Posteriormente lo hacían también otros miembros del grupo revolucionario, entre ellos Abel Santamaría, Pedro Marrero y Ernesto Tizol, que no pocas veces almorzaban o comían en mi casa, cuyas puertas siempre se mantuvieron abiertas para ellos”, expuso.
Un matrimonio muy fugaz
La despedida de soltero que le hicieran a Gildo sus alegres compañeros fue todo un acontecimiento. Entre otras maldades, le firmaron un calzoncillo en el cual escribieron unos mensajes propios de la ocasión y que aún Paquita conserva con mucho celo.
Cuando se casaron, el 18 de mayo de 1953, Paquita tenía 18 años y Gildo 33. Transcurridos apenas dos meses, él fue asesinado durante el ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio de ese año.
“El viernes 24 de julio, él llegó del trabajo y comentó que iba para Oriente. Me recomendó que al día siguiente, bien temprano, llamara a Ñico Irañeta, y le indicara que pasara a recoger lo de mi mamá. Se trataba de una escopeta. Cuando se iba, me expresó: ‘oigas lo que oigas, despreocúpate, que yo siempre te avisaré”, dijo.
Según cuenta, el domingo 25 llegó Mirta Díaz- Balart, en aquel momento esposa de Fidel, con el pequeño Fidelito. “Dijo que venía a pasarse el día conmigo porque Fidel y mi esposo estaban para Arroyos de Mantua, gestionando la compra de unos terrenos para los molinos arroceros donde Gildo era contador. Le respondí: bueno, déjalos que se diviertan. Por la tarde fue al cine con una amiga y yo me quedé con el niño. Cuando regresó, comentó alarmada: ‘Oye, dicen que hay una revolución por Santiago de Cuba’. Yo me hice la guapa y le repliqué: “Eso es mentira”.
“El martes 28 vi dos caras pegadas al cristal de mi puerta, abrí y me preguntaron si yo era Paquita. Les respondí que sí, y me dijeron que tenían que pasar. En total eran tres; uno fue para la cocina, otro para el cuarto y el tercero se quedó parado en la puerta con cara de perro bulldog. A este último, lo invité a sentarse, pero no quiso.
“Entonces, el que se encontraba en el cuarto cogió unos papeles que estaban en una gaveta, le dije que no los tocara, pues pertenecían a mi esposo y no me hizo caso. Me enseñó el carné del Servicio de Inteligencia Militar. Ahí fue donde me puse nerviosa.
“El miércoles, el dueño de la arrocera donde trabajaba Gildo llamó a mi padre y le dijo que mi esposo había muerto en el asalto al cuartel Moncada. Ese mismo día mi papá me indicó que recogiera todo y al día siguiente me llevó para su casa”.
La semilla del amor
Cuando Gildo partió para el Moncada no sabía que el fruto de su amor con Paquita latía en el vientre de ella, quien también lo ignoraba. Esa novedad lo hubiera puesto muy contento porque a él le gustaban mucho los niños.
“Gildita nació el 16 de marzo de 1954. El papá fue quien escogió el nombre un día, en que siendo novios fuimos a ver la película Gilda”, aclara Paquita.
Mediante los recuerdos de los abuelos maternos y de su mamá, Gilda Fleitas González se acercó a la personalidad de su padre. “Era una persona muy buena, educado, carismático, que arrastraba gente; tenía un gran poder de convencimiento y siempre a las cosas negativas le veía las partes positivas.
“Fíjate si mi papá era jovial que una vez venían de Mantua, de hacer las prácticas de tiro y tuvieron un choque por la fuente Luminosa. Estaban embarrados de tierra y él se puso a hablar con el policía de la motorizada; mencionó a gente de Batista, como si fueran amigos de él, y le dijeron que siguieran su camino… Era muy alegre. Me contaron que la noche antes del asalto, se puso a arrollar en los carnavales de Santiago… poco antes de salir a combatir…”
Ella sabe que fue asignado al destacamento que tenía como misión penetrar en el cuartel Moncada y que luchó al lado de Pedro Miret en la posición más cercana a la posta 3, donde murió en combate.
Para Gilda todavía sigue siendo sorprendente la valentía y el desprendimiento tan enorme de aquellos jóvenes que asaltaron el segundo cuartel militar más grande de Cuba. “Dieron por la Patria lo más preciado de todo: sus vidas”, dice, y vuelve la mirada al álbum que contiene escritos sobre Gildo y a las preciadas fotos, donde está la imagen del padre, que no conoció, pero cuyo recuerdo siempre le acompaña.