Quienes compartieron empeños, amores y sueños con José Rodríguez Barrera aseguran que más allá de su último minuto de aliento, este hombre, Héroe del Trabajo de la República de Cuba, permanecerá vivo.
Con 73 años, santiaguero de cuna y espíritu, dijo adiós el 27 de julio pasado, dejando una huella memorable, esa que tuvo la primera impronta en sus años mozos, cuando sin miramientos ni temores se sumó a la lucha clandestina como miembro activo de una célula del Movimiento 26-7.
Desafiando el acoso de la dictadura batistiana, Barrera trasladó armas, medicamentos, y participó en diversas acciones hasta la hora exacta en que le asignaron la misión de subir a la sierra.
Y allá se fue, dispuesto a combatir en la zona de operaciones del Segundo Frente Oriental Frank País García.
El triunfo revolucionario de enero de 1959 fue el final de una lucha y el principio de otra no menos trascendente.
Bien lo saben los muchos cañaverales en los que puso manos y corazón para superar las 348 mil arrobas cortadas, también los cafetales que recorrió durante 14 zafras; lo reconocen aquellos que compartieron con él largas jornadas laborales, sin importar si eran en su puesto de auxiliar de producción en la empresa de bebidas y licores de Santiago de Cuba, en cualquier otro sitio del Sindicato de Trabajadores de la Industria Alimentaria y la Pesca o donde se necesitara de su entrega desinteresada.
Más de 20 años, de 42 laborados, los dedicó a las andanzas del movimiento sindical, siempre activo en el papel de dirigente de base y hasta el nivel provincial.
Por eso y más, ninguna de las muchas distinciones y condecoraciones que ganó, peldaño a peldaño, hasta alcanzar el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, sorprendieron a la familia, particularmente a sus siete hijos ni a sus amigos y compañeros, los mismos que hoy, continúan hablando en presente de José Rodríguez Barrera, tal y como se habla de los buenos, de los nobles, de los imprescindibles.