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Amor de cuerpo y alma

Hay amores que no caben en una alcoba, un hogar, ni siquiera en una ciudad. De tan especiales rompen las ataduras de lo íntimo para convertirse en una suerte de espejo público en el que tantísimas parejas quisieran verse reflejadas.

Siempre que exista amor habrá fuerzas y razones para enfrentar la vida. | foto: Miguel Rubiera Justiz (AIN)

Bienaventurados esos amores. Bienaventurados, sin duda, Julio Vitelio Ruiz Hernández y Eloína Miyares Bermúdez, dos santiagueros que desde hace casi 60 años comparten absolutamente todo, así de literal: besos, caricias, abrazos, magisterio, paternidad, responsabilidades, ciencia, desde la lingüística, e incluso, el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.

Tamaña ligazón entre cuerpo y alma tiene, por supuesto, una solidez cimentada en el tiempo, desde el ya lejano 1943, cuando la Escuela Normal para Maestros de Oriente los juntó por siempre en un mismo sendero.

Ninguno de los dos midió consecuencias, ni calculó ventajas para entregarse, tan solo dejaron que brotara espontáneo aquello que les sacudía el corazón y hasta el estómago. Por eso hoy la remembranza de cuanto han vivido les llega con la misma calidez de la primera ocasión: el beso que mutuamente se robaron en la penumbra de un cine, el “sí, acepto” de aquel 27 de noviembre de 1952 cuando se casaron, el llanto de anunciación de sus ocho hijos, las muchas horas de estudio, la investidura de Vitelio como Doctor en Ciencias Filológicas, y de Eloína como Doctora Honoris Causa de la Universidad de Oriente, la edición de sus libros, la fundación del Centro de Lingüística Aplicada de Santiago de Cuba…

Pero nadie crea que alcanzar cada escaño fue tarea fácil, todo lo contrario, nunca faltaron días de sacudidas telúricas.

“Hubo momentos muy tensos —recuerda Eloína con su habitual tono reposado— por mucho tiempo Vitelio estuvo fuera del país en sus estudios de doctorado y yo quedaba al mando de todo, con ocho varones de armas tomar y asumiendo, además de la mía, la docencia de él, pero siempre se encuentran soluciones. Una muy personal la aplicaba cuando los niños subían de tono su habitual intranquilidad, entonces les repartía libros y a leer todos, claro, sin que ellos dejaran a un lado el bate, la pelota o el trompo; en verdad la lectura aporta conocimientos, habilidades ortográficas y desarrollo de la imaginación, la recomiendo como una cuestión que deben estimular las familias, al igual que la conversación entre sus miembros para que se comprendan más los unos a los otros”.

“Comprensión y respeto —acota Vitelio— dos cuestiones claves que deben ser cultivadas desde la pareja, no importa la edad que se tenga; el amor, para que no se agote nunca, para que jamás sucumba al paso de los años, siempre necesitará de ambas cosas”.

Tal vez por esos condimentos tan especiales estos dos trabajadores de la ciencia en Santiago de Cuba se acercan ya a las seis décadas de matrimonio sin que se apaguen los deseos de continuar unidos, planeando nuevos textos y proyectos a favor de un mejor uso del idioma, desandando los caminos de la vida, aun en medio de golpes tan devastadores como el vacío que dejan dos hijos ausentes físicamente, o la mirada ya apagada en los ojos de Vitelio a causa del glaucoma.

Apegarse más ha sido el talismán personal de ambos contra los tropiezos, y no dejar de trabajar, con las ideas que él aporta y ella escribe, refugiándose cada uno en el otro, aceptándose como son, perdonándose los errores y zanjando a tiempo los disgustos, a la usanza de todos los enamorados del mundo: con palabras, o flores, o poemas, o simplemente una sonrisa.

Por eso, cuando de amores en pleno siglo XXI se hable, habrá que contar la historia de Vitelio y Eloína, protagonistas de una pasión heroica, o de héroes, que no es lo mismo, pero es igual.

 

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