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Despedida para un hombre de hierro

Por: Dilbert Reyes Rodríguez

A contrapelo de su estatura, el pequeño Rafael Santiesteban Cárdenas había nacido para el trabajo duro. No tuvo tiempo para otra cosa. Nada de él puede contarse fuera de los talleres donde prácticamente vivió, y que solo dejó para irse a las trincheras cuando la patria corrió peligro.

En breve tiempo la pinza de soldar se fundió a su mano y así anduvo por más de 40 años en el astillero de Manzanillo, cortando y empatando hierros con alto voltaje de voluntad y ejemplo.

A la hora del reconocimiento, casi hubo que colgarle las medallas a la espalda, o sobre la manta protectora de soldador incansable: Hazaña Laboral, Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, todos los grados de la orden Lázaro Peña…

Solo se le vio algo conmovido en 2002, al cabo de 24 años de vanguardia nacional, cuando recibió el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Y aún así, cuando hace pocos meses le pregunté sobre aquel momento, dijo: “Nunca trabajé para un premio. Recuerdo un año que construimos 47 barcos e hicimos 120 reparaciones. El astillero se convirtió en la casa y parece que ese ritmo me contagió para siempre. Tal vez por eso soy así”.

Y es que la modestia también lo hizo obrero gigante. De sus manos no salían siquiera las partes visibles de los barcos, ni su trabajo fue sobre cubierta; sino escondido abajo, en el cuarto de máquinas o en el taller empatando planchas y reparando tanques.

Quizás por ese afán de parecer tan común como los otros, siendo un héroe, la muerte se aturdió la mañana del sábado último, creyendo que también para Rafael era día de descanso, o que su edad implicaba el mismo límite que impone al grueso de los hombres.

Sin dudas en el taller quedaron cosas pendientes, porque para un Héroe del Trabajo, el tiempo solo vale y se aprovecha bien cuando al minuto siguiente algo útil hay por hacer.

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