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Medicina cubana en las montañas de Paquistán

Llegar al campamento de médicos cubanos en Garhi Habibullah se convierte en una odisea cuando cae la noche. Las carreteras en esa zona del noroeste de Paquistán, exactamente en el distrito de Mansehra, parecen jugar con la geografía en todo momento.

 

En el campamento Garhi Habibullah cada jornada se convierte en heroica por las condiciones  geográficas del lugar. Foto: Roberto Suárez

 

Para los cubanos el trayecto es incómodo por la sensación que produce el zigzagueo de los caminos, a lo cual se le suma el hecho de que en este país surasiático la circulación vehicular es al estilo británico, o sea se circula por la izquierda con el volante a la derecha.

El campamento está en un valle despoblado de árboles, lo que quizás haga de la zona un lugar muy frío. Hay corriente eléctrica y desde allí se ven luces en las gigantescas montañas adonde acuden los galenos cubanos cada día.

Las casas de campaña, donde descansa la “tropa” (86 personas, de ellos 77 médicos, el resto personal paramédico y dos auxiliares de cocina) están ordenadas. Al final, la última y no menos importante es la cocina. La comida se sirve caliente para aliviar el frío, es sabrosa.

Justo al lado del campamento corre el río Kunhar, de donde se extrae el agua necesaria para todo. Al final de la noche, antes de la película que se proyecta en una de las casas de campaña, se revisa el trabajo realizado durante el día.

El doctor Alfredo Arias González, vicedirector del Centro Nacional de Toxicología, ahora jefe del campamento de Garhi Habibullah, chequea todo. Por las condiciones geográficas del lugar, cada jornada se convierte en heroica.

Cerca de allí aún pueden verse las devastadoras imágenes del terremoto del pasado 8 de octubre. Balakot conmueve.

 

En camino hacia Jo Sacha Magra

Cada mañana los galenos cubanos abandonan temprano Garhi Habibullah para asistir a los pobladores de aquella zona, muchos de los cuales nunca habían visto un médico.

Los caminos son estrechos, y solo asfaltados por tramos, pero los yipis en que se transportan son seguros, y los choferes, experimentados.

Jo Sacha Magra es nuestro destino; una montaña de más de ocho mil pies de altura, que se viste de nieve en el crudo invierno, donde una nunca imagina que puedan vivir seres humanos.

Al atravesar Balakot, la recién nombrada “ciudad perdida”, pues se calcula que en este lugar murió más del 80% de la población, los comentarios son imprescindibles. Las miradas de los médicos, y de quienes los acompañamos en ese momento, se pierden en las edificaciones totalmente aplastadas en el suelo, en los miles de escombros que parecen no tener nunca fin, en esos hombres y mujeres para los cuales la reconstrucción comienza ahora.

Balakot produce tristeza, desespero, lágrimas. Hay mezcla de pobreza y desolación y los visitantes comprenden con total exactitud que tendrán que pasar muchos años, ¡muchos años!, para volver a levantar lo que otrora fue una ciudad.

 

Jo Sacha Magra. Los propios paquistaníes ayudan en el traslado de las medicinas. Foto: Roberto Suárez

 

Valentía y sensibilidad no faltan

Las médicas camagüeyanas Sandra Peña e Isvet Martínez, el clínico intensivista de la provincia de Guantánamo, Luis Felipe Díaz, y el especialista en Medicina General Integral José Acuña, del municipio capitalino del Cotorro, integran ese día el pequeño colectivo que trabajará en Jo Sacha Magra.

El traslado se hace en un yipi pequeño y sirve de guía un joven paquistaní, de las tropas ingenieras de Garhi Habibullah, nombrado Inaya, quien alegra el viaje con su buen carácter y su acostumbrada frase de “no problem”.

Los galenos saben que el destino es una montaña, pero no imaginan cuán difícil es el camino, ni la cantidad de habitantes que los están esperando.

Balakot va quedando atrás, los pinos se van haciendo cada vez más diminutos y el río Kunhar, de cauce ancho, ahora parece una hebra de hilo fino.

La escalada de Jo Sacha Magra toma una hora de camino, durante el cual apenas se ven pobladores. Algunos pocos pastorean rebaños de ovejas y de otros animales y suben bidones de agua sobre sus espaldas. Los niños se quedan atónitos al ver rostros desconocidos; ni siquiera comprenden que los forasteros son médicos, y mucho menos que provienen de un país tan lejano llamado Cuba, que ahora les ha abierto los brazos de la solidaridad humana.

 

En la cima

La llegada a la cima es impresionante. Jo Sacha Magra es una de las tantas montañas que se empinan en la zona. El cielo queda más cerca de nosotros y el río ya apenas se ve. Pero en aquel descampado, ya llano, donde una parece poder alcanzar las nubes con las manos, cientos de paquistaníes, de todas las edades, aguardan con curiosidad la llegada de quienes vienen a ayudarlos. Posiblemente no conozcan lo que es un médico, pues no es común encontrar la presencia de ellos por aquellos lugares.

En los primeros momentos hay solo miradas, reconocimiento. Luego los galenos comienzan a preparar condiciones para las consultas. Sandra e Isvet se acondicionan en una casa de campaña, si así puede llamársele a cuatro telas cogidas por los costados. Luis Felipe y José comienzan el trabajo a cielo abierto.

 

En la cima de Jo Sacha Magra, donde la pobreza es indescriptible, se encuentran dos culturas. El médico guantanamero Luis Felipe Díaz, en primer plano, a la derecha. Atrás, José Acuña. Foto: Roberto Suárez

 

Hombres y mujeres se dividen. La religión no les permite ser atendidos por sexos diferentes. Así comienza el trabajo que se extenderá por más de cuatro horas. Más de cien personas son reconocidas por los galenos, les toman la presión arterial, los inyectan y les entregan medicinas. El agradecimiento es visible; primero toman las manos, luego obsequian pequeños paquetes de nueces. Al final hay abrazos. En la cima de Jo Sacha Magra, donde la pobreza es indescriptible, se encuentran dos culturas, dos pueblos. La sensibilidad y valentía de los cubanos está más que probada.

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