Para su familia, era el patriarca querido y respetado; no menos lo fue también para quienes aprendieron de su ingenio, de sus consejos y experiencias. El martes último fue sepultado en la necrópolis de Colón, pero el Héroe del Trabajo de la República de Cuba, Elpidio de la Trinidad Molina Hernández, será presencia perenne.
Nacido en Jovellanos el 27 de mayo de 1923, a Pilla —como cariñosamente lo llamaban— le auguraron un porvenir como pelotero por su desempeño y cualidades físicas. Sin embargo puso sus ojos en la química industrial y cautivado por ella se consagró por entero a la fabricación de materiales abrasivos para el pulido de mármol y granito.
Un taller de piedras de esmeril en La Habana fue la fragua de su vida laboral desde 1942. A partir de entonces trazó su derrotero, primero como aprendiz y años después al frente de la parte técnica del taller.
Hombre conversador y expresivo, sin secretos para enseñar, hablaba con sano orgullo de su amistad con Lázaro Peña.
Creador de una tecnología cubana para la producción de piedras de esmeril, Elpidio fue una voz reconocida y con sobrado prestigio, lo cual se puso de manifiesto como vanguardia nacional del Sindicato de la Construcción, de la ANIR y como participante en los primeros eventos organizados por el Movimiento del Fórum de Ciencia y Técnica, en los que recibió premios como autor y coautor de ponencias.
“La inteligencia —dijo Martí— se ha hecho para servir a la patria”. Así fue la obra que nos dejó Elpidio.