Enma Elvira Guerra Cardona tiene el signo de los que nacieron para educar. Del alma le nació ese gusto por enseñar, por entregarles a los demás su saber y dulzura. Años estuvo sembrando letras, cultivando la inteligencia entre los niños guantanameros, la mayoría de ellos convertidos hoy en hombres y mujeres.
Y aunque las canas ya apostaron por el retiro, desde la tranquilidad de su hogar se resiste a complacerlas. Ella es de las que opinan que un verdadero maestro nunca se jubila, porque siempre tiene algo que mostrar, ya sea en una conversación o en un encuentro casual.
En andares por ese pedazo de tierra oriental descubrimos a esta mujer, que supo apreciar, desde muy joven, la grandeza de la Revolución. A fuerza de sacrificios de su familia se convirtió en profesora antes del Primero de Enero de 1959, tiempos en que pocos habitantes de esta olvidada región podían darse el lujo de ir a la escuela.
Así comenzaría un oficio al cual se entregaría con altruismo y pasión. Su savia quedaría impregnada durante 55 años en la Escuela Primaria Enrique José Varona, 38 de ellos como directora del centro. Mas, su responsabilidad que no la alejó del aula. «El director que no da clases se pierde», sentencia categórica. Según manifiesta, daba clases de Historia a quinto y sexto grados. «Esa asignatura me fascina y yo disfrutaba mucho impartiéndola», apunta.
Acota que entre las preferencias estaban los equipos de investigación. «A los quince días hacíamos el debate, todos participaban y exponían. Finalmente, los propios estudiantes evaluaban a sus compañeros. Ese ejercicio los ayudaba a desarrollar el pensamiento, a investigar y resumir».
Agrega Elvira que esto se complementaba con visitas a los lugares históricos de la provincia,
para que vieran con sus ojos y tocaran con las manos los sitios de su tierra que tenían un lugar privilegiado en la Historia de Cuba.
Con algo de nostalgia, desde el comedor de su antigua casa, situada en la calle Máximo Gómez, entre Donato Mármol y Varona, recuerda esos años frente a los estudiantes: «A veces daba una clase y los muchachos aplaudían. Yo les preguntaba por qué y ellos respondían que les había encantado. Ese era mi mayor premio, me sentía feliz de que les hubiera gustado y quisieran continuar escuchándome. Creo que para dar una buena clase de Historia hay que sentirla.
Entre sus múltiples experiencias señala que también impartía ajedrez a niños de preescolar: «los adiestraba a través de cuentos y aprendían el nombre de las fichas, el lugar de estas en el tablero, y algunas jugadas sencillas. Cuando pasaban a primero y segundo grados, el maestro de educación física continuaba las lecciones».
Con 81 años de edad, Elvira sigue desde su hogar la labor para la cual nació. «Aquí vienen cantidad de alumnos para aclarar dudas, otros acuden a mí debido a una investigación. Por las noches, asesoro a un grupo de estudiantes de la secundaria, por eso no cobro un centavo, lo hago porque me siento feliz, yo los ayudo y ellos me hacen compañía».
En una de las paredes de la sala, un cuadro da fe del título otorgado a ella como Héroe del Trabajo de la República de Cuba, en el año 1998.
«Por aquí pasó medio Guantánamo para felicitarme, recuerdo que cuando llegué a la casa, la cuadra estaba cerrada y mis vecinos vinieron a congratularme».
No pasa inadvertida esta pequeña y vivaracha mujer, que supo ganarse el cariño de tantas generaciones. En el corazón de cientos de profesionales de este territorio oriental hay un sentido agradecimiento hacia Elvira Guerra: «El otro día pasó por mi casa un carro y un hombre se bajó a saludarme. Me dijo: ¿Usted no se acuerda de mí? Le respondí que su cara me era conocida, pero no lo recordaba bien, porque ellos salen de la escuela muy chiquitos y después ¡crecen tanto! Entonces afirmó que era médico del policlínico del Reparto San Justo y estaba cumpliendo misión. Así ocurre a cada rato, viene alguien a saludarme con un cariño muy grande, a veces no puedo recordar porque son muchos, y ellos son los que te dicen: «¡’Usted fue mi maestra’! Y una siente un orgullo tremendo».