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Sin esperar nada a cambio

Por: María de las Nieves Galá

A Orestes Rodríguez Contreras no hay guagua que se le resista. Le conoce todos los secretos. Hay un desperfecto en el motor y sólo tiene que escuchar el ruido para saber de qué se trata. No es una exageración. Los muchos años de oficio le han dado a este mecánico una habilidad especial para buscarle una solución a cualquier problema.

«Yo no pido piezas, sé que la mayoría de las veces no las tenemos, por eso tengo que encontrar una variante. Carro que caiga en mis manos, lo echo a andar de cualquier forma», así afirma quien es uno de los trabajadores más conocidos en la Empresa de Ómnibus Urbanos de Santa Clara.

Disfrutar el oficio al cual se ha dedicado por más de cuatro décadas es uno de sus placeres. «A veces estoy horas buscando la manera de adaptar una pieza, de buscar una variante, hasta que la encuentro.

Desde que el comandante Ernesto Guevara comenzó a hablar de la importancia de las innovaciones, nosotros empezamos a realizarlas en este taller», explica este transportista.

En la memoria de este Héroe del Trabajo de la República de Cuba han quedado muy lejanos aquellos tiempos en que ayudaba a su abuelo Pablo. Las labores con la guataca, el arreo de ganado y el deshije de tabaco, entre otras faenas, se tornaron comunes para el niño-hombre que, sin posibilidades para andar con libretas y lápices, tenía que aferrarse al primer trabajo que apareciera para aportar algo a la familia.

A los 10 años era yerbero del cuartel que existía en Jicotea, poblado donde nació, y a los 12 ya andaba por Camagüey en pos de su primera zafra. Pero eso daba muy poco para vivir, y a fuerza de tenacidad se convirtió en mecánico automotor, casi sin saber leer y escribir.

Corría 1955 y ya con residencia en Santa Clara logró un puesto como mecánico en un taller de ómnibus, a la vez que aprendió cuestiones de tornería, electricidad, enrollado y chapistería. La seriedad y la calidad en todo lo que hacía distinguirían a Orestes. Ahí lo sorprendió el triunfo de la Revolución y de inmediato se incorporó a todas las actividades revolucionarias.

Luego de participar en la lucha contra bandidos en el Escambray, cumplió tareas cederistas, misiones en las Milicias Nacionales Revolucionarias, logró alcanzar el sexto grado y continuar con su superación.

Dentro de sus recuerdos hay uno que tiene especial significado: cuando en el año 1975 partió hacia Angola a cumplir misión internacionalista. La miseria y las secuelas dejadas por la guerra dentro de este país africano laceraron profundamente a aquel cubano, que en su Patria había aprendido, desde 1959, el significado de justicia social.

Al taller de ómnibus le ha dedicado los mejores años de su vida. Muchos son los jóvenes a los cuales ha trasmitido su experiencia: «Me agrada enseñar todo lo que sé. Cada vez que entra alguien nuevo y tiene interés en aprender, le aporto todos mis conocimientos». Sin embargo, también se ha sumado a las zafras azucareras y todavía con sus 63 años corta caña en la brigada Grito de Baire. «No me gusta estar ocioso, tengo que estar en actividad», dice, y muestra una amplia sonrisa en un rostro donde no abundan las arrugas.

Sencillo y afable es este villaclareño que aún se torna sorprendido por su condición de héroe, ya que nunca ha trabajado por méritos. «Uno lo hace sin esperar nada a cambio, con disciplina, sin pensar que por eso vas a recibir una medalla», comenta.

Muchas son las horas dedicadas al trabajo, para el cual nunca ha existido una excusa, siempre han podido contar con él. De sus labios brota el agradecimiento hacia sus compañeros y en especial a la familia, a su esposa e hijos y a esos nietos que lo llenan de alegría cada tarde cuando llega a la casa. Algunos hablan de retiro, pero él aún siente lejos el día de decir adiós al taller.

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