Por: Ramón Brizuela Roque
No se nace héroe, tampoco sé como se llega… «trabajé, trabajé y trabajé; nunca pensé que lo sería, lo veía como algo lejano, difícil, tan especial…»
Contrario a lo habitual, el taller está en silencio, reposan las máquinas de la Fábrica de Insumos, en el Combinado de Componentes Electrónicos Ernesto Che Guevara, de Pinar del Río, y es el momento que aprovechamos para remontarnos 59 años atrás e incursionar muy brevemente en la vida de Luis Llanes Porras.
En noviembre del 42, en una humilde vivienda de la carretera a Punta de Cartas, en San Juan Martínez, nació Luis, quien de niño no tuvo tiempo para los juguetes ni para los estudios.
Con ocho años abandonó la escuela para sumarse al ejército de cubanos que laboraban la tierra ajena, incluso a escondidas de la Guardia Rural por ser menor de edad y cobrando sólo la mitad del salario, para así poder llevar algo de sustento a su hogar, compartido con Clodomira, su mamá, y su hermana María Eugenia.
El trágico desenlace de la muerte de su madre devolvió a la protección de su padre -también llamado Luis- con quien aprendió las mañas del proceso industrial del tabaco. Fue como un renacer en la ciudad pinareña, que le permitió alternar estudio y trabajo.
El haber conocido la vida campesina, sin ser propietario de la tierra, más su posterior conciencia proletaria, lo llevaron a las filas del Partido Socialista Popular a los 18 años. La huella republicana que en ocasiones laceró su existencia lo preparó para en el futuro amar a la Revolución; de eso estaba convencido desde que oyó el primer discurso de Fidel.
El uniforme verdiazul de miliciano lo acompañó la escuela de morteros de 82 milímetros, de Matanzas, a la limpia del Escambray y en la lucha contra bandidos en la Sierra de los Órganos: todo un caudal de experiencia muy útil para su misión en Angola en 1976-77.
No le bastaba conocer la soldadura empíricamente y matriculó en el politécnico Primero de Mayo. Hoy domina todas las modalidades de esa especialidad, incluso la de plástico y argón, estas últimas aprendidas en España. «Solo me falta, dice, soldar bajo el mar».
Su sentido de la responsabilidad lo convirtió en jefe técnico durante cinco años y 10 al frente del taller en la Reconstructora de Ómnibus de Pinar del Río.
Hace poco más de 20 años comenzó en Componentes Electrónicos, verdaderamente su segundo hogar: allí también trabajan su esposa Servilia Díaz, bibliotecaria, y sus hijos Dianelys, contadora; Jorge Luis y David, mecánicos de precisión en la fábrica de resistencias. Por lo que agrega jocosamente, «todos ellos han sido ubicados aquí por la Dirección de Trabajo… no por mí». Pero no se puede hablar de hijos, sin mencionar a los de crianza: Yusimí y Anay. Luis no lo perdonaría.
No se considera una máquina, es de los que estima que se debe trabajar cuando realmente se necesite, y con ese criterio ha aportado en los últimos 16 años no menos de ocho mil horas voluntarias.
Su vida es pródiga, tiene anécdotas de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, de la UJC, de sus 32 años en el Partido, de su misión internacionalista, de sus zafras del pueblo, las siembras de café y de pinos, movilizaciones al tabaco y, en especial, de sus cinco años como vanguardia provincial y 16 como nacional.
También disfruta de los éxitos de los suyos, hay que verle la mirada cuando explica como lo apoya Servilia, que con nueve años cómo vanguardia provincial no se queda atrás.
Su actitud ante la vida, la Revolución y el trabajo se pueden resumir en la cantidad de medallas y reconocimientos, pero hay una que lo condensa todo: la estrella de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, que fue prendida en su pecho el pasado Primero de Mayo y es la mejor recompensa para un hombre que ha llegado a esa condición sin esperarlo.