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Isaura sigue siendo Chiquita Brava

Desde la primera vez que conversé con ella quedé prendado de su alegría, de su impensada habilidad para que todos quieran estar a su lado. A sus 71 años, una roja flor ensartada en el pelo denota la sensual coquetería de una mujer no sólo hecha para el trabajo, sino que la define como el gran amor de su vida.

Foto: Daniel Fonte

«Ese que realizo en mi máquina, en los telares, me apasiona.  Casi puedo asegurar que lo aprendí en 14 días y desde hace 53 años soy tejedora en este mismo centro laboral, la textilera Julio Trigo.»

El inicio de su bregar sindical comenzó en 1947, cuando junto a un grupo de textileros asaltó el Ayuntamiento de Santiago de las Vegas. «Hacía mucho tiempo que veníamos pidiendo un aumento salarial y el dueño no lo daba, entonces Lázaro Peña fue a la fábrica y nos dijo que si no aumentaba el 25  hiciéramos la huelga de la bibijagua (producir, a un ritmo lento) y yo le dije: mire Lázaro, esa no, tenemos que hacer la de los brazos caídos. Él estuvo de acuerdo, pero ni así nos aumentaron; entonces tomamos el Ayuntamiento y tuvieron que hacerlo. Desde ese momento Lázaro me llamaba Chiquita Brava».

En enero de 1959 estuvo en el grupo de los que tomaron el sindicato mujalista de su textilera.  «Enseguida que triunfó Fidel, los obreros nos hicimos dueños del sindicato y repartimos los frentes y responsabilidades. Desde ese momento soy dirigente sindical».

Muy pocos podrían imaginarla en esas fuertes batallas del movimiento obrero cubano, y mucho menos los niños de su barrio de Poey, en Arroyo Naranjo, con los que ha creado la más estrecha y tierna relación: «ellos son los hijos que yo no pude tener».

No sólo por sus 71 años Isaura Lanza Nieves tiene mucho que contar. «¿Mis momentos inolvidables? Son muchos, pero pudiera resumirlos en dos: el Primero de Mayo de 1995, cuando Fidel me impuso la Orden Lázaro Peña de Primer Grado, y cuando en 1997 me entregó la estrella de Heroína del Trabajo».

Sólo en una ocasión de nuestra entrevista percibí algún gesto de contrariedad, quizás de asombro, en la voz de Isaura, y fue cuando hablamos de la jubilación. ¿Le queda algo por hacer?, pregunté por último, y sin ningún rasgo de pedantería me convenció una vez más de su talla: «Seguir trabajando hasta el final».

 

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