Aunque no es una práctica nueva, nunca antes el mundo estuvo expuesto con tanta fuerza a la terrible amenaza del terrorismo, exacerbado desde que en el 2001, tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el entonces presidente estadounidense George W. Bush lanzó su llamada “guerra contra el terrorismo”, que ha costado la vida a cientos de miles de seres inocentes en el planeta.
Los cubanos conocemos muy bien las consecuencias derivadas de actos de ese tipo, pues tal práctica contra nuestro país hasta el presente ha dejado un saldo de 4 mil 748 víctimas fatales y 2 mil 99 incapacitados, en diversos tipos de acciones, entre las cuales figuran: crímenes cometidos por bandas de alzados contra los poderes del Estado; ataques armados en disímiles lugares de la geografía nacional e instalaciones ocupadas por representantes de organismos cubanos en el exterior; invasión mercenaria; atentados e intentos de atentados, incluso a los principales dirigentes de la nación, y guerra bacteriológica.
A lo anterior se suman los efectos de un genocida bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos hace casi 60 años, con el confeso propósito de rendir al pueblo mediante el hambre y las enfermedades.
Postura de larga data
Los ataques contra Cuba comenzaron desde los meses iniciales de 1959, cuando aún la Revolución triunfante no había proclamado su carácter socialista. Sin duda, de esas agresiones la más conocida es la explosión, en pleno vuelo, de un avión civil en las costas de Barbados, el 6 de octubre de 1976, el cual segó la vida de 73 personas inocentes, en su mayoría muy jóvenes, y fue objeto de repudio mundial.
Sin embargo, Orlando Bosch Ávila y Luis Posada Carriles, autores intelectuales de este y otros muchos actos de terror, encontraron tranquilo y seguro refugio en territorio estadounidense.
Detrás de todo ese abominable quehacer, ha estado la mano de los gobernantes de Estados Unidos y de su Agencia Central de Inteligencia, que han organizado, apoyado y financiado cuanta acción contra Cuba y su pueblo han emprendido elementos contrarrevolucionarios asentados en esa nación.
Crimen en el Copacabana
En 1993, cuando Cuba atravesaba por una fuerte depresión económica derivada de la desaparición del campo socialista, en especial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y Estados Unidos había recrudecido su bloqueo, arribó al país el joven empresario italiano Fabio Di Celmo, acompañado por Giustino, su padre.
En el transcurso de casi cinco años en que realizó frecuentes y extensas visitas a Cuba, Fabio siempre se alojó en el hotel Copacabana, donde estableció con los trabajadores relaciones de amistad que se tornaron entrañables. De ahí que en entrevistas sostenidas con algunos de ellos años atrás, expresaran a Trabajadores el dolor sufrido cuando, el 4 de septiembre de 1997, una carga explosiva colocada por un mercenario en el lobby-bar de la instalación, provocó la muerte casi instantánea de aquel muchacho “enemigo confeso de la guerra, la violencia, la arrogancia, la injusticia social y el poder de la gente sin escrúpulos”, según aseguró su padre en una ocasión.
Julia Hautrive Iribarnegaray, Jesús Sosa de la Concepción y Dora Vázquez Pérez contaron a esta reportera la triste experiencia vivida aquel día.
Julia: “Me disponía a abrir la puerta de mi oficina cuando sentí un estruendo horrible. Regresé al lo bby, donde había estado momentos antes, y vi a Fabio tendido en el piso, lo que me causó muy mala impre sión porque el día antes le había hecho un trabajo de mecanografía, por el cual se empeñó en pagarme y ante mi negativa me regaló cinco animalitos en miniatura. Nunca pensé que al día siguiente estaría muerto”.
Jesús: “No debemos descuidarnos, porque constante mente estamos en la mirilla del imperialismo, más en nuestro caso, que trabajamos en una de las actividades fundamentales del país y por lo tanto es objeto de ataques. Se han tomado medidas destinadas a frus trarlos, porque este es nuestro trabajo, el sustento de nuestras familias”.
Luego de precisar que la muerte de Fabio dolió mucho a todos los trabajadores del Copacabana, porque “no se trataba de una perso na más, sino de un cliente con quien man tenían una relación muy especial, pues llevaba mucho tiempo en el hotel”, Jesús apuntó: “Nosotros fuimos tocados por el terrorismo, vivimos esa horrible expe riencia, y estamos en contra de acciones de ese tipo en cualquier lugar del mundo”.
Dora: “Fue algo traumático, una gran destrucción, y nosotros no estamos acostumbrados a hechos de esa naturaleza. Nos produjo un gran susto y un dolor inmenso por la muerte de Fabio, quien más que un cliente era casi un familiar, porque vivía aquí, se relacionaba con todos, y lo queríamos mucho por su conducta afable y respetuosa”.
La desfachatez de Posada Carriles
Empeñada en desarrollar la economía nacional, Cuba se esforzaba por impulsar la industria turística. Contra esta emprendió el enemigo, y el referido 4 de septiembre el mercenario salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, contratado por el terrorista internacional Luis Posada Carriles y pagado por la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), colocó cargas explosivas en los hoteles Copacabana, Chateau Miramar y Neptuno Tritón, en la barriada de Miramar, y en el restaurante La Bodeguita del Medio, en La Habana Vieja.
Al estallar la del Copacabana, una esquirla metálica se alojó en el cuello de Fabio, quien murió casi instantáneamente. Aquel joven desprendido que había puesto su experiencia y trabajo al servicio de Cuba solo tenía 32 años de edad y muchos sueños por realizar.
Ante ese hecho, el cinismo de Posada Carriles no tuvo límites al declarar: “Duermo como un bebé. Es triste que alguien haya muerto, pero no podemos detenernos. Ese italiano estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado”.
La confirmación de la responsabilidad de este individuo sin escrúpulos y de la FNCA quedó probada en las declaraciones formuladas por Cruz León durante el juicio que se le hiciera, y ratificada por El Nuevo Herald, en un artículo publicado el 16 de noviembre de ese año, en el cual se afirmó:
“Y fue Posada Carriles, un veterano sesentón de la guerra secreta de los exiliados cubanos contra Fidel Castro y experto en explosivos, el eslabón clave entre El Salvador y los exiliados del sur de la Florida que recaudaron 15 mil dólares para la operación”.
Mas fue el mismísimo Posada quien se encargó de despejar cualquier posible duda, cuando en entrevista publicada por The New York Times, los días 12 y 13 de julio de 1998, confesó “haber organizado una ola de estallidos de bombas el año pasado en hoteles, restaurantes y discotecas de Cuba que ocasionaron la muerte de un turista italiano (…)”.
Más adelante, reseñó el diario que Posada: “
(…) expresó que la colocación de bombas en los hoteles y otras operaciones había sido apoyada por líderes de la Fundación Nacional Cubano Americana. Su fundador y jefe, Jorge Mas Canosa, (…) fue acogido en la Casa Blanca por los presidentes Reagan, Bush y Clinton”.