Entre las preferencias en la vida social de la mayoría de los cubanos están el buen vestir y el interés por la decoración de sus viviendas, asuntos en los que poseen un extraordinario peso, y no siempre para bien, las ofertas que se comercializan en el país en disímiles renglones de ropas, calzados, bisuterías, joyerías, y otros artículos de uso personal y doméstico, entre ellos muebles e infinidad de objetos ornamentales.
No voy a ahondar en esta ocasión en los artículos que con tal fin se distribuyen en la red de tiendas de productos industriales mediante impresionantes precios en pesos cubanos convertibles (CUC) o su equivalente en pesos cubanos, pues se trata de objetos elaborados desde las alineaciones estéticas de diseñadores de otras naciones que, en la mayoría de los casos, nada o muy poco tienen que ver con nuestra cultura e idiosincrasia. Son piezas que se venden luego de ser compradas en el exterior por personas que no suelen tener en cuenta las cualidades socioculturales, el clima y el desarrollo intelectual de la población insular media.
Por suerte, hay instituciones que mucho pueden aportar al enriquecimiento de gustos estéticos. Me refiero, entre otras, a la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (Acaa), cuya gran cantidad de miembros, acometen valiosas manufacturas mercadeadas por el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) en los puntos de comercio expandidos a todo lo largo de la nación y en sus grandes ferias, como Arte Para Mamá y Arte en La Rampa.
A propósito de Arte en La Rampa —ya en su etapa final de presentación— vale la pena reflexionar sobre la importancia que para beneficio de la vida de los nacionales pudiera tener esa exhibición con la promoción y venta de textiles, cerámicas, muebles, orfebrerías y otros objetos de uso individual y para el hogar, pensados desde nuestra realidad, en tanto logren atraer hacia la preferencia popular las obras que se distinguen por su calidad y creatividad, portadoras de signos y referentes relacionados con la rica, vasta y auténtica cultura cubana.
Sin embargo, las ferias convocadas por el FCBC, en sentido general, constituyen enormes vitrinas en las que junto a valiosos trabajos se exhiben proyectos grotescos, muchas veces baratijas con marcado sentido kitsch que son adquiridas por el público debido a su bajo costo, en comparación con los precios inasequibles que poseen los objetos valiosos que allí se negocian.
En beneficio del enriquecimiento espiritual de los cubanos, como lo indica la propia nomenclatura del FCBC, estos esperados y polémicos encuentros debieran constituir auténticos foros generadores de cultura. Para ello, sus realizaciones deben ser propuestas que sensibilicen y posibiliten a las personas de este país, o a un número importante de ellas, adquirir diseños ejecutados desde una perspectiva esencialmente artística.
Estas ferias no pueden verse como “oportunidades” excepcionales para hacer dinero, sobre todo Arte en La Rampa y Arte Para Mamá —Fiart, posee objetivos específicos y diferentes— ideadas con el fin de satisfacer las demandas de productos consignados al bienestar del ciudadano. Valdría la pena acometer algunos (otros) intentos por alcanzar esa premisa, tales como las ventas de duplicados de obras de arte, a precios módicos, entre otras ideas portadoras de intereses artísticos.
De cierta manera pudiera concienciarse a los asociados a la Acaa para que reflexionen en torno a los precios tan realzados de sus mercancías, imposibles de adquirir por la mayoría que lamenta y se queja de esta dificultad que, como se sabe, básicamente radica en los altísimos costos de las materias primas utilizadas en sus creaciones distribuidas por el FCBC.
La solución pudiera estar en una profunda pesquisa entre esa entidad del Ministerio de Cultura, la Acaa, la Oficina Nacional de Diseño, el Instituto Superior de Diseño y el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, etcétera, con el fin de debatir sobre la necesidad de que estas ferias efectivamente constituyan oportunidades únicas para que la población pueda adquirir producciones que dignifiquen su existencia y que estas se impongan ante las figuritas de yeso, los muñecos de barro, jarrones, flores, espigas, quincallerías y muchos otros ridículos “accesorios” individuales y “adornos” hogareños que aun pululan en ellas y en los quioscos de los cuentapropistas, y que tanto daño hacen a la configuración del gusto estético y a la formación cultural de quienes no pueden comprar obras de arte, cuyos precios exceden las facultades de sus bolsillos.
Tal vez el problema encuentre solución en las ventas puntuales de los útiles necesarios para la confección de artículos artesanales que luego se ofertarán en las ferias; además de prohibir en ellas los trabajos que no poseen calidad artística; o estimulando iniciativas que ofrezcan su adquisición por la mayoría de los que desean llevar a casa una inobjetable obra de arte.