Por Ernesto Montero Acuña
Las ilustraciones de Ángel Silvestre Díaz para el libro de poesía infantil Repicador pico fino, de Ismael Pérez Esquivel, son recreaciones de la imaginación en la niñez, aunque iluminadas con la luz del tiempo que debe haber vivido el autor de las viñetas para trasladarles el sentido de los versos.
En tiempos actuales se le debe considerar una persona joven aún, como suele decirse, aunque tal vez sea su condición artística la que le posibilita tener la infancia de recuerdo y aliento campesinos, iniciada en Caimito, ahora artemiseño y de La Habana “campo” en 1951, a la altura con que la vuelca en este libro de la Editorial Unicornio.
Desde la portada con el gallito espuelado, el bohío, el árbol y el sol, el autor logra una síntesis de la vida rural que no parece la del presente, sino elaborada a partir de sus reminiscencias más remotas, con el propósito de aportarles a los destinatarios lo que este diseñador de realidades quisiera que hoy captaran.
En el interior del volumen se retoman los ingredientes de la imagen primera –gallito, campo, sol, montañas-, lo que cambia a medida que se vuelven las páginas y aparecen el cuerno que arroja flores, la luna, las estrellas y, en una lejanía imaginaria, nuevamente el sol para apoyar los versos de Abril, los de “Llegó primavera/ con una pamela”.
Así se transita por los pececitos, como si fueran de verdadero cristal; el niño en su caballito de juguete moderno, para El hijo de la sitiera; perro y gato, juntos, con el negro sobre su balsa en Navegantes; y el sinsonte –es decir: el ave- que alza el vuelo desde la jaula abierta en Preso, un símbolo muy conocido para reflejar la libertad.
Luego aparecen el payaso en La carpa –del circo, desde luego-, la luna humanizada de la adivinanza titulada ¿No ves ese redondel?, y finalmente la rana Saltarina resbalosa, entre grandes hojas acuáticas, donde “parece siempre sentada/ con la boca exagerada/ y los ojos reventones”.
En este recorrido por la obra del pintor, que es preferible llamar solo Silvestre, y del poeta Ysmael (Alquízar, 1923-2013) se persigue mostrar junto el resultado de ambos autores, pues no parece que ninguno de los dos realice un aporte menor en la concepción y en la realización de este pequeño libro destinado a los pequeños, a quienes debe trasmitírseles lo justo.
En la contribución de Silvestre se percibe claramente “el humor costumbrista”, al que alude Jorge Rivas en un análisis sobre este artista de la plástica, acerca de quien añade que aquella materia prima pictórica la extrae “de las más profundas fibras de nuestra idiosincrasia insular. Bajo el fogoso sol del Caribe, en Bauta o Guayabal, él pinta lo visible y lo etéreo para que podamos vernos, percibirnos, hallarnos, y hasta dolernos de la risa.”
De modo que en esta obra destinada a quienes más la merecen se unen el pico fino de Ysmael y el pincel afilado de Silvestre en su ambiente natural.