Por René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo
El funcionamiento de Naciones Unidas depende de los intereses geoestratégicos de los Estados miembros y de sus luchas de poder, lo que en ocasiones colisiona con los principios de paz, seguridad y derechos universales. Por eso algunos autores afirman que la Onu tiene el fracaso escrito en su ADN.
Nieves Zúñiga García-Falces, analista del Centro de Investigación para la Paz (España)
Pocos conocen quiénes encargaron la compra de los terrenos donde hoy se erige el magnífico edificio de la Organización de Naciones Unidas (Onu), junto al East River, en Manhattan. Pocos conocen quién diseñó la arquitectura de la construcción que supuestamente alberga al “gobierno mundial”, encargado de mantener la paz y fomentar el desarrollo del planeta. Pequeños detalles de los nacimientos suelen revelar las huellas encubiertas de los progenitores.
Hacia 1949, un hombre y su padre pagaron los 8 millones y medio de dólares que costaron las siete hectáreas donde se levantaría la sede de la organización más importante del mundo. Inclusive, habían ofrecido previamente, con total desinterés, otros espacios dentro de sus propiedades; pero el gesto no fue aceptado por la comunidad internacional, pues el lugar quedaba demasiado alejado del centro neoyorkino. Estos “filántropos” llevan por nombre Nelson Rockefeller y John D. Rockefeller Jr.
¿Les suenan familiares los personajes? ¿Imaginan si hubiese sido efectiva la donación de las tierras, y hoy la Onu se ubicara en el patio personal de una de las familias más ricas del mundo? Demasiado simbolismo descarnado para las normas sutiles de la diplomacia. No obstante, el ingeniero encargado del proyecto fue Wallace K. Harrison, el arquitecto-asesor de la familia Rockefeller. Y nos entregó una icónica estructura diseñada a la medida de los poderosos.
Pero la influencia del capital norteamericano en el nacimiento de la Onu sobrepasa el mero carácter de la arquitectura física, pues también inundó el molde funcional. En opinión del célebre profesor escocés Peter Gowan, quien durante años perteneció al comité editorial de la revista New Left Review, la actividad de los Rockefeller en el período iba orientada a “ofrecer un modelo político para la organización del poder global estadounidense, en parte alternativo y en parte complementario del modelo rooseveltiano de la Onu: los perfiles de un mundo capitalista subordinado a EE.UU. mediante un sistema de alianzas amigo-enemigo centrado en el anticomunismo”.1 Y lo cierto es que todo le salió a Rockefeller, Roosevelt y compañía a pedir de boca. O casi…
En un mundo signado por la naciente confrontación entre Occidente y la Unión Soviética, los ingenieros de la organización mundial pretendieron arrimar la brasa a su sartén. La clave consistió en la creación de un Consejo de Seguridad (CS) que se arrogase la mayor parte del poder ejecutivo, mientras la Asamblea General permaneciese al margen de las decisiones trascendentales. Quien dominase este reducido comité, gobernaría el mundo.
Stalin aceptó el modelo con tal de frenar la penetración imperialista en Europa Oriental. Negoció también que las repúblicas de Ucrania y Bielorrusia poseyeran voz y voto propio. Por su parte, Gran Bretaña, la otra gran potencia ganadora, maniobró para involucrar a Francia entre los afortunados decisores: contaba con los mutuos intereses europeos para ganarse la afinidad y fidelidad de los galos. Estados Unidos, el gran artífice del engranaje, pretendía inmovilizar a la Unión Soviética con los votos de los socios europeos. Pero, además, se tenía un as bajo la manga: China.
En aquel entonces (1945), el gigante asiático apenas tomaba partido en las cuestiones de política internacional, pero el potencial humano y territorial lo convertía en un socio poderoso. Los estadounidenses pretendían asegurarse este apoyo y sumaron la milenaria tierra de los mandarines al CS. Lo que no estaba en sus cálculos —¡y cómo les ha pesado luego!— fue que en solo cuatro años el Partido Comunista de China tomó el poder de la nación. En este caso los “tanques pensantes” erraron el tiro.
Esta es, en síntesis, la historia del surgimiento del sistema de gobernanza mundial que heredamos hoy. Las traslúcidas huellas del nacimiento se revelan cada día.
En este tiempo, la única reforma al modelo de la Onu fue la ampliación de hasta 10 miembros no-permanentes del CS, en 1963. Para ese entonces, los países asociados ascendían a 115, en comparación con los 50 fundadores. Actualmente son 193. Y en 53 años no se ha incrementado ni en uno los escaños del Consejo.
Aunque Estados como Japón, Alemania, Corea del Sur, Argelia, Cuba, Venezuela, y organizaciones como la Unión Africana, han pedido la reforma de la organización y en específico del CS, este asunto está pendiente aún.
En el 2011, al finalizar la Cumbre Anual del grupo de economías emergentes, los llamados Brics, los líderes de estas naciones exigieron los cambios integrales demandados desde mucho tiempo atrás por la comunidad mundial. Rusia y China, miembros permanentes, apoyaron las reivindicaciones de Brasil, India y Sudáfrica, pero nada significativo ocurrió. Todo sigue igual que años atrás cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz dijo: “El irritante privilegio del veto en el Consejo de Seguridad debe desaparecer por anacrónico, peligroso e injustificado. Para hablar de democracia tenemos que comenzar por democratizar la Organización de Naciones Unidas”.2
1 Peter Gowan, EE.UU./Naciones Unidas”, New Left Review, en www.newleftreview. org/espanol
2 Discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la I Cumbre Iberoamericana, Guadalajara, México, 18 de julio de 1991.