“¡A ti no te cura ni el médico chino!” Así exclamaban en el barrio cada vez que me caía uno de esos catarros con fiebre que tumba, por varios días, hasta al más fuerte. Por mucho tiempo pensé que hacían referencia a la gravedad del padecimiento, el cual ni el galeno procedente de ese país asiático que tocaba por cuadra podría remediar; o simplemente a la fama alcanzada por algún mítico médico de aquellas tierras.
La realidad y las leyendas demostraron que esa popular frase cubana tuvo su dosis de realidad basada en la historia de varios médicos chinos que vivieron y trabajaron en esta isla.
Aunque algunos escritos apuntan como principal protagonista de la expresión a Cham Bom-bian, botánico muy célebre en el empleo de plantas para la cura de enfermedades durante finales del siglo XIX, no fue este ni el primero ni el único.
En varios parajes del país se conocen algunos, y a Camagüey le tocó el suyo. No se habla mucho de él, pero la historiadora agramontina Amparo Fernández y Galera cree que no hacerlo sería una violación, porque desempeñó un papel fundamental en la historia.
“Durante el siglo XIX –según explicó la investigadora–, cuando se elimina la trata negrera y la situación empeora en el continente asiático, comienzan a llegar a Cuba. Venían con contratos por siete años. Muchos fueron a los campos de caña y ahí los mal alimentaban, los explotaban. Pero ellos no fueron fáciles porque se rebelaban y si mataban al capataz, luego, muy tranquilos, se presentaban en la alcaldía”.
En uno de esos barcos llegó a La Habana Siam, un médico chino, que en cuanto puso pie en tierra fue aclamado por los pobladores que ya padecían desde hace años de enfermedades y muertes. La familia Mojarrieta lo acogió, le pagó un salario, y le puso un intérprete y una consulta donde fusionó la farmacopea china con la cubana, que ya tenía de la española y la africana.
Al ver las grandes colas, algún celoso denunció su trabajo y hacia donde estaba el hombre acudió la guardia a exigirle el título. Pero el chino en el “correcorre” de la salida para Cuba se le olvidó ese “insignificante papel”. No obstante, no entendieron y le impidieron practicar, además lo obligaron a buscar otras opciones.
Santa María del Puerto del Príncipe, ciudad importante en la época, fue el nuevo destino. Al llegar, en junio de 1848, como especifica la historiadora, se convierte en el primer maestro de medicina tradicional china en la ciudad.
“Él era muy inteligente –asegura–, por lo que se fusiona en las labores con otro médico y comienzan a hacer ensayos para curar la lepra, pero como no tenía título no podía firmar en la investigación”.
A pesar de la fama y aceptación de las innovaciones que traía consigo, la sociedad lo denigraba, porque no practicaba la religión católica y lo consideraban un curandero. “Él era budista, pero en medio de una procesión abjuró de todas las ideas que tenía y asumió la religión católica. Luego se bautizó y la esposa de El Lugareño, Gaspar Betancourt Cisnero se convirtió en su madrina. Yo creo que lo hizo para poder ejercer”, aseveró Fernández y Galera. Y a partir de ese momento pasó a conocerse como Juan de Dios de Jesús Siam Zaldívar, para que no hubieran dudas.
Viajó a Puerto Rico, se casó y tuvo dos hijas. Luego se adentró en el mundo del préstamo e hizo más fortuna, pues como refieren las investigaciones de la historiadora, el chino traía consigo, a diferencia de sus coterráneos, 20 mil pesos en oro.
Las huellas de su paso por Camagüey no solo se han quedado en los avances científicos, sino además en la genética, tras su mezcla con blanco y negro. Aún se busca la bóveda familiar y pertenencias del galeno, las cuales se hacen referencia en libros como El Camagüey Legendario, deÁngela Inés Pérez de la Lama y Leyendas y Tradiciones del Camagüey, de Roberto Méndez.