Por Hassan Pérez Casabona
El 10 de enero de 1929, hace poco más de 85 años, fue asesinado en México Julio Antonio Mella, uno de los paradigmas de la redención social latinoamericana de todas las épocas.
Este martes 25 de marzo festejaremos henchidos de júbilo el 111 Aniversario del natalicio de un hombre, cuyo accionar consagrado por entero a la causa revolucionaria constituye una de las páginas más hermosas de la historia contemporánea.
En 1903 –exactamente en el octavo aniversario de la firma del Manifiesto de Montecristi, por José Martí y Máximo Gómez, que serviría de base programática para el reinicio de las gestas libertarias en la mayor de las Antillas-, nació en La Habana esta figura cimera.
El niño fue el primogénito de la irlandesa Cecilia Mc Partland y el dominicano Nicanor Mella Brea. Si bien ambos coincidieron en nombrar a la criatura Nicanor, no fue posible inscribirlo con el apellido paterno.
Los prejuicios sociales imperantes en la época (Nicanor estaba casado con la dominicana María Mercedes Bermúdez Ferreira, con quien tenía tres hijas) determinaron que el pequeño, al igual que sucedería con su hermano Cecilio, solo recibiera las designaciones de su progenitora. Esto, sin embargo, no fue óbice para que su padre les brindara las atenciones materiales y espirituales requeridas.
Es importante consignar que Nicanor era uno de los cuatro hijos del general dominicano Ramón Matías Mella y Castillo, quien junto a Juan Pablo Duarte y Gregorio Luperón se consideran los tres grandes próceres de la independencia de la hermana nación.
Los estudios más exhaustivos sobre la familia[1] apuntan a que, en torno a 1875, Nicanor arribó a Cuba, estableciéndose en la ciudad de Colón. Antes, junto a sus hermanos Ramón María e Idelfonso (América, la “muchachita” del héroe quisqueyano, se trasladó a los Estados Unidos), recibió una refinada educación en colegios superiores de Francia que, además del dominio de la cadenciosa lengua romance, le permitió entrar en contacto con las últimas tendencias de la moda parisina.
Ello explica porque decidió trabajar como sastre en territorio matancero, donde radicó 15 años, y más tarde, a su traslado a la capital, como propietario de varias instalaciones relacionadas, de una u otra forma, con la confección de vestuario masculino.
Cecilia Magdalena conoció a Nicanor en uno de los frecuentes recorridos de este por Estados Unidos, en búsqueda de telas para trajes. De esa manera, deslumbrada por su cultura y comportamiento galante, se unieron extramatrimonialmente en 1902, decidiendo trasladarse a nuestro país. Para la fecha era una encantadora joven de 20 años y él un apuesto señor de 51.
En 1909 Mc Partland enfermó de los pulmones, lo que hizo que se trasladara temporalmente, con sus dos hijos, a Norteamérica. Al retorno, observando una nueva relación amorosa de Nicanor y el hecho de que empeoraba su quebrantada salud, decidió marcharse definitivamente. De esa forma inesperada y trágica para cualquier niño, Julio Antonio y Cecilio quedaron únicamente al abrigo de su padre.
Con el paso de los años los adolescentes viajaron a Nueva Orleans para acompañar a su madre, llegando a matricularse en una escuela privada dirigida por religiosos protestantes. Es justo reconocer que Julio Antonio siempre mantuvo estrechos vínculos con Nicanor, que igualmente le profesaba cariños especiales. El futuro combatiente latinoamericano creció escuchando pasajes de las epopeyas emancipadoras, en la voz de viejos luchadores que frecuentaban a su padre.
De esta etapa merece consignarse que Julio Antonio, al conocer en 1917 la incorporación de Estados Unidos a los países aliados durante la Primera Guerra Mundial, se las ingenió para alistarse, parecía mucho mayor a sus 14 años, en el ejército.
El envío, desde el consulado habanero, del certificado de nacimiento por el padre impidió que se trasladara al campo de batalla. A esa altura el viejo Nicanor ya no albergaba dudas de que, aunque su hijo admiraba el buen vestir, no se dedicaría a administrar el negocio familiar.
El 30 de septiembre de 1921 solicitó ingresar a la Universidad de la Habana, luego de concluir los estudios de bachillerato en Ciencias y Letras en el Instituto de Segunda Enseñanza de Pinar del Río.[2]
Unos meses después, el 15 de noviembre, efectuó un llamamiento que denominó “Manifiesto a los estudiantes de Derecho” en el que se oponía a la intención de un grupo de profesores de conferirle el título de Rector Honoris Causa, al general Enoch H. Crowder y a Leonard Wood, segundo gobernador durante la primera intervención yanqui en Cuba. [3]
La visión continental que se plasma en el mismo era también resultado de las inquietudes del joven por sucesos de gran relieve, como el surgimiento de la Tercera Internacional Comunista o la aparición, ambos acontecimientos en 1919, del trabajo “La ocupación de la República Dominicana por los Estados Unidos y el derecho de las pequeñas nacionalidades de América”, de Emilio Roig de Leuchshering.
En diciembre de 1922 una visita impactó al estudiantado de la colina. El arribo del rector de la Universidad de Buenos Aires José Arce, despertó hondas aficiones teniendo en cuenta sus nexos con la evolución de las casas de altos estudios gauchas, a la vanguardia hemisférica desde la Reforma de Córdoba, en 1918.
A finales de ese mes, el 20 para mayor precisión, Mella fundó la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Casi tres años más tarde, el 16 de agosto de 1925, en uno de los símbolos más hermosos de la unidad entre todas las generaciones de revolucionarios, participó junto a Carlos Baliño, y otros compañeros, en la constitución del primer Partido Comunista de Cuba.[4]
Ese propio año dio a conocer el trabajo Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre. Poco después el consejo disciplinario de la Universidad ordenó su expulsión del centro. Julio Antonio, gladiador en todos los órdenes de su vida, no permaneció inmóvil y ripostó enviando a las autoridades de la institución una viril protesta. Por si fuera poco cruzó a nado un tramo de la Bahía de Cárdenas para visitar al buque soviético “Vatslav Voroski”.
El 27 de noviembre fue detenido por la policía y enviado a presidio. Sostuvo así su legendaria huelga de hambre.[5]
Desde ese instante su figura, apenas de 23 abriles, representó el puño más robusto en el enfrentamiento a la tiranía. Obreros, campesinos e intelectuales vieron en él al combatiente dispuesto a entregar su vida, antes que renunciar a los principios que enarbolaba.
Ese carácter intransigente –consustancial en cualquier período a los verdaderos revolucionarios- significó, al mismo tiempo, la confirmación para los oligarcas de que no se podría negociar jamás con él.
Eso hizo que los amos de Wall Street, víspera de su primera crisis atronadora, y las marionetas del capitolio habanero, en conciliábulo dantesco, decretaran su sentencia de muerte.
Era tal la imantación que despertaba que los ecos se percibían ya, aún sin internet ni los sistemas modernos de comunicación, en sitios distantes del hemisferio. De haber permanecido en Cuba, el crimen se habría consumado de inmediato. Por ello la única opción disponible fue marchar a pueblos amigos para, desde el calor brindado por los nuevos hermanos que lo arroparían, no darle ni un segundo de tregua a los jerarcas envalentonados del norte, ni a las cipayos que guardaban sus espaldas por estos lares.
En enero de 1926 tuvo que partir a Centroamérica. La travesía finalizó en México, país que apreció en toda dimensión la fuerza de su ejemplo. Semanas más tarde se convirtió en integrante del Partido Comunista. También en la Patria de Juárez formó la Asociación de Estudiantes Proletarios, luego de matricular Derecho en la Universidad Nacional y conoció a la intelectual italiana Tina Modotti, con quien vivió un ardoroso romance, ícono desde entonces de las relaciones amorosas, incondicionales y sin ataduras, entre figuras transgresoras de cualquier latitud.
Tina fue una mujer que se adelantó por mucho a su tiempo. Casada primero con el fotógrafo Edward Weston, más tarde con Xavier Guerrero y esposa, en el ocaso de sus días, de Vittorio Vidali, asumió intensamente cada uno de las faenas de sus cuarenta y seis años de existencia.
Ningún estudioso suyo alberga dudas de que las jornadas más estremecedoras de su vida fueron los años que compartió junto al joven cubano. La laureada escritora mexicana, Elena Poniatowska refleja, en la estupenda novela de 663 páginas Tinísima, la magnitud de ese vínculo, en las antípodas de convencionalismos y que perfilan a los dos en una órbita, desafortunadamente desconocida para otros que se encartonaron con consignas estériles:
“La primera vez que Tina y Julio se quedaron solos en la redacción de El Machete, el cuerpo entero de ella entró en expectativa, como perro de caza que de pronto aguarda perfectamente quieto en su tensión. Tina trató de apretar sus labios que se entreabrían, de acallar los latidos bajo su ombligo, supo que no podría erguirse sino hasta que él se alejara, sus piernas no las sostendrían, él la condujo al cuartito llamado “el archivo”. Se amaron de pie, luego sobre los periódicos caídos. Ninguno de los dos se preocupó de que alguien entrara a la sala de El Machete. Olvidada de sí misma Tina se sintió Julio. Ella era Julio, él era Tina, ella era el deseo de Julio, lo mismo que él sentía, lo sentía por sí misma. Julio era lo más fuerte de Tina, lo más vigoroso, iba más allá de ella misma. Tina lo miraba y se veía en sus ojos, y detrás de él estaba la Tina a la que aspiraba. `Quiero ser eso que está detrás de tu cabeza, Julio, quiero ser la forma en que me miras´. Julio era su vía de acceso al conocimiento, la mejor concepción de sí misma. (…) Si tenía que salir, Tina regresaba deprisa, con la necesidad de Julio, el hormigueo en su vientre, el deseo de que la estrechara por la cintura, la mano de él sobre su muslo, sí, ella era su mujer, la de él, su compañera. (…) Al penetrarla la absorbía, deleite casi intolerable, que se respiraba electrizando las partículas, una danza misteriosa borbolleaba en el espacio, se dejaban ser, sin conciencia de estar transportados. (…) Tina vivía en un torbellino. Había escogido el peligro del lado de los comunistas y compartía su clandestinidad, sus luchas. (…) Tina y Julio congregaban en Abraham González al exilio latinoamericano, a los líderes obreros, a los campesinos. `Aquí se está mejor que en el partido´. Venían del Caribe, de Nicaragua, de El Salvador. Al lado de Mella, los compañeros cobraron para Tina un fulgor inusitado. Ya no eran grises. (…) Con Julio a su lado podría enfrentarse a todo.” [6]
Precisamente desde las páginas de El Machete, Mella libró batallas estratégicas en defensa del movimiento obrero latinoamericano. Algo que apenas se conoce de ese período es que impartió un cursillo para colaboradores, desde la sección “Correspondencia del Taller y del Campo”. En una de las recomendaciones propone, el 25 de junio de 1927, con plena vigencia ahora que nuestros periodistas acaban de concluir su congreso:
“¿Qué significa ser breve y conciso? No decir una palabra más ni menos de lo que es necesario y expresar cada idea con el mínimo de palabras. La brevedad es una virtud fundamental porque el periódico de los proletarios lo forman unas cuantas hojas que deben recoger todas las palpitaciones de la vida mundial que tengan interés para la clase trabajadora. Si usted no es breve roba espacio, impide que se puedan poner otras noticias tan interesantes o más que la suya. No ser conciso, es decir, escribir más de lo necesario, constituye también una grave falta en un periodista. El periódico semanal o diario es una conquista de la vida moderna. Y, en esta época de grandes industrias, de vuelos trasatlánticos en menos de 40 horas, todo el que vive de veras, vive algo rápidamente. Por lo tanto, si usted, querido corresponsal, escribe algo más de lo necesario, no va a conseguir que su trabajo sea leído por todos, lo que debe ser aspiración de un buen periodista.”[7]
Allí publicó sus Glosas al pensamiento de José Martí, poco antes asistir al Congreso Mundial contra la Opresión Colonial y el Imperialismo, efectuado en Bruselas en 1927. En marzo, todavía con las impresiones de los debates, viajó emocionado a la tierra de los soviets. Un año después presentó ¿Qué es el ARPA?, prosiguiendo sus colaboraciones con El Machete y otras periódicos.
Su vocación internacionalista no tuvo un solo resquebrajamiento a lo largo de su vida. Consciente de que la “… la revolución social en América no es una utopía de locos” no le fueron ajenas el resto de las proposiciones continentales.[8]
Donde quiera que un obrero, estudiante o campesino se rebelaba contra el yugo opresor sentía se daba un paso de avance en la consecución de los propósito estratégicos.[9]
El 10 de enero de 1929, en la intersección de las avenidas Abrahán González y Morelos, en el Distrito Federal, fue asesinado por esbirros de la tiranía machadista. Sus últimas palabras a Tina fueron “Muero por la Revolución”.
En 1996 la FEU colocó simultáneamente, luego de una convocatoria popular –“Un Gramo de Bronce para Mella”-, que contó con el respaldo de todos los sectores de la población, bustos de Mella en el Pico que lleva su nombre, en el oriente cubano, y en la Ciudad de México. Sesenta y siete estudiantes, número de años transcurridos desde su muerte, procedentes de todas las universidades viajaron a la capital azteca, mientras que igual cifra ascendió la elevación de casa, para rendir homenaje al líder comunista. La efigie, en predios aztecas, fue colocada en el Parque San Carlos, de la Colonia Tabacalera.
Cada año, el 10 de enero, hasta allá se congregan cientos de amigos mexicanos, los miembros de la Embajada de nuestro país y una gran suma de cubanos residentes en la hermana nación, para recordar la vida de uno de los imprescindibles de la redención humana.
El crimen no impidió que el joven inspirara a las posteriores generaciones de revolucionarios. Desde el instante en que expirara su vida, desplomado por el disparo artero sobre los brazos de Tina, Mella representó una de las cúspides unitarias, de todo el hemisferio.[10]
Con relación al atentado, perpetrado en la penumbra nocturna, fue la materialización de un plan fraguado tiempo atrás. A los autores intelectuales y materiales de esa monstruosidad, aunque trataron de que no se conociera la participación ignominiosa de cada uno de ellos, la historia los envió a donde pertenecían aquel puñado de asesinos y malhechores.[11]
El ex presidente dominicano y destacado intelectual Juan Bosch, refiriéndose a la muerte del Che, expresa la conmoción asociada a la pérdida de una figura de su nobleza, recordando además el criterio de uno de los padres fundadores de su pueblo, perfectamente aplicable al crimen cometido contra Mella:
“La televisión española transmitió unas escenas relativas a la muerte de Guevara. Se veía un villorrio en la selva boliviana, un villorrio que era la estampa de la soledad, la miseria y la ignorancia; se veía un general cubierto de oropeles, cintajos y medallas, y se veía al cadáver del Che Guevara tirado en un mesa. Ahí estaba resumido el drama de América: La miseria, la opresión, no preso, no herido, sino aniquilado a tiros. Yo evoqué unas palabras de Gregorio Luperón que dicen más o menos así: “El que pretende acabar con la revolución matando a los revolucionarios es como el que piensa que puede apagar la luz del sol sacándose los ojos”[12]
Juan Marinello, compañero de ideales en la aspiración martiana perenne de “conquistar toda la justicia”, mantuvo intacta, en su retina y corteza cerebral, el ejemplo del joven gallardo:
“Desde luego que en héroe político lo primordial y durable –lo céntrico- es su mensaje, es decir, la interpretación de los hechos que lo rodean y la orientación y el mandato frente a ellos. El mejor Mella es, naturalmente, el de los artículos y manifiestos, el de los diagnósticos y pronósticos, el que nos deja un pensamiento a la vez poderoso y dinámico, hondo y andador como los grandes ríos caudalosos, que lo sitúa entre los más altos guiadores de su tiempo cubano y americano. (…) No se olvide que un verdadero líder, y mucho más si se posee magnitud continental, como en el caso que nos ocupa, es una personalidad compleja y profunda; un hombre llamado a una rara tarea de percepción y consecuencia, de entendimiento y realización. (…) Por esa carga de sabiduría y de previsión, todo líder considerable es un hombre con un pie en su día y otro en el futuro. (…) Quien vio de cerca a Mella conoció una de las personalidades más sugestivas y atrayentes que hayan alentado en nuestra tierra. La estampa física convenía a maravilla con su naturaleza y su misión. Muy alto, atlético, de cabeza hermosa, fuerte y erguida, de ademanes enérgicos y serenos a un tiempo, su presencia respondía en medida exacta a su tarea de comunicación inmediata y múltiple. Cubano hasta la médula –hijo afortunado de las dos sangres matrices que integran el pueblo de su isla-, fue, como Martí, un caso sorprendente de superación de lo nuestro. Meditador y audaz, sonriente y contenido, alegre y responsable, imaginativo y práctico, era muy difícil escapar a su ámbito. Conocerlo era creer en él. Unía la mente ancha y universal a la cercanía familiar y captadora. Hasta aquel peculiar ceceo; hasta aquel andar a grandes truncos, un poco desgonzado de la cintura abajo; hasta aquella postura ladeada, caída hacia la izquierda, que adoptaba en la tribuna, le completaban la personalidad atrayente.”[13]
Mella se encuentra presente en el combate ideológico cotidiano, que libra su pueblo por proseguir edificando una sociedad superior. Su ejemplo desborda plazas, estatuas y monumentos, adentrándose en la raíz misma del bregar incesante en que participamos.[14]
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1] En este sentido es imprescindible consultar la obra de los investigadores Adys Cupull y Froilán González, conocedores profundos sobre las resonancias de Mella más allá de nuestros predios. Entre sus trabajos más relevantes sobre el joven revolucionario (no olvidar tampoco los análisis de este matrimonio sobre la presencia del Che en Bolivia) aparecen Hasta que llegue el tiempo (1999); Así mi corazón. Apuntes biográficos sobre Julio Antonio Mella (2003); Julio Antonio Mella en medio del fuego: un asesinato en México (2006); Centroamérica en Julio Antonio Mella (2007) y Julio Antonio Mella y México (2008).
[2] En abril de 1920 Mella, al finalizar sus estudios en la Academia Newton, viajó a México –con el ideal bolivariano en mente-, con el objetivo de incorporarse a la Escuela Militar de San Jacinto, como su abuelo paterno. A lo largo de ese periplo por tierras aztecas escribió cuarenta y seis crónicas. En la del 19 de abril observamos su reacción ante el sismo que afectó a la capital. “Hoy hubo un temblor de tierra. Me hallaba a varios pisos del suelo, haciendo una visita a una familia. El miedo siempre es ridículo. ¡Oh dónde estará su fuente para mandarla a secar. A través del prisma con que yo veo la vida no se mira esa fuente. Mucho me felicito”. Adys Cupull y Froilán González, Julio Antonio Mella y México, Casa Editora Abril, La Habana, 2008, p. 45.
[3] El 11 de agosto de 1919, curiosamente desde el balneario de Varadero, el Presidente Mario García Menocal sancionaba la Ley, previamente aprobada por el Congreso de la República, que facultaba a la Universidad de La Habana, único centro de su tipo en el país, a conceder a nacionales y extranjeros grados honorarios. El 3 de marzo de 1921 el Rector Casuso propuso al Decano de la Facultad de Derecho el otorgamiento de la distinción al mencionado Crowder. En el Manifiesto, publicado en El Heraldo, el estudiantado deja clara su posición ante el servilismo de algunas autoridades docentes. “La Universidad no la compone el Claustro general únicamente. (…) Un honor como el que se pretende, implica mucho o nada. En la situación porque atraviesa el país, sin formol en las Salas de Anatomía y Disección, con nuestros edificios a medio hacer, la Biblioteca pobre y desvalida, los maestros públicos del interior entrampados y hambrientos, y los poderes del Estado, sin distinción alguna, vejados a cada paso, como en Santo Domingo y en Haití, es una imprudencia que nos duele, que se acuerden del imperialismo yanqui de la postguerra, como una justificación de cuanto aquí se está haciendo para entregar la Patria al extranjero”. Dos destacados historiadores cubanos se refieren a la figura nefasta del interventor Crowder. En una reciente y documentada obra, con abundante testimonio gráfico de la época, apuntan: “Desde su primer día en la silla presidencial, la gestión de gobierno de Zayas se vio tutelada intolerablemente por el enviado especial de del Presidente de Estados Unidos. Crowder lo asediaba con insistentes memorandos, en los que le hacía `recomendaciones´ sobre lo humano y lo divino, en una estrecha, continua e irritante injerencia en los asuntos internos de Cuba. (…) Quien así aconsejaba venía de la administración del presidente Warren G. Harding, una de las más corruptas de la historia de Estados Unidos, protagonista del affaire petrolero de Teapot Dome, predio de `la Pandilla de Ohio´, del desfalco de 259 millones del fondo de pensiones de los veteranos, de las amnistías a los pandilleros y de otras notorias irregularidades. (…) Desde su llegada a Cuba en 1906, comisionado para elaborar un aserie de leyes complementarias a la Constitución de 1901, en particular una Ley Electoral `a prueba de fraudes´ el general y abogado Enoch H. Crowder se comportó como un verdadero procónsul. Su injerencia descarnada en todos los asuntos de gobierno llegó a límites increíbles, en particular, durante el gobierno de Alfredo Zayas”. Los propios investigadores mencionan, como expresión suprema de genuflexión de los gobernantes de turno al imperialismo yanqui, el planteamiento de Earl T. Smith, último embajador de Estados Unidos en Cuba, en 1959, quien señaló sin sonrojo: “Hasta Castro, los Estados Unidos eran tan abrumadoramente influyentes en Cuba que el embajador americano era el segundo hombre más importante, a veces más importante que el presidente cubano”. Arnaldo Rivero Verdecia: Honoris Causa 1926-1996, Editorial Félix Varela, La Habana, 1997, p. 8., y Ángel Jiménez González y René González Barrios: La fruta que no cayó. La intervención de Estados Unidos en Cuba, Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2013, pp. 136-140.
[4] El Comandante en Jefe, reflexionando sobre él, afirmó: “En particular la de Julio Antonio Mella –se refiere a la oposición al gobierno de Machado, (HPC)-, fundador de la Federación Estudiantil Universitaria y del Partido Comunista, a una edad creo que de 20 ó 21 años. Figura emblemática de los estudiantes, los trabajadores y el pueblo. Fue asesinado en México por órdenes de Machado. Mella fue un joven extraordinariamente capaz y precoz, una de las principales figuras que descollaron después de Martí. Él hablaba, incluso, de una `universidad obrera´, idea brillante. Entonces los estudiantes llegaban a la Universidad y lo escuchaban hablar de la historia y sus héroes. Es cierto que ya se había producido, en 1917, la famosa revolución bolchevique, y él había fundado el Partido Comunista, sin duda inspirado en el radicalismo de aquella revolución, y en los principios que la impulsaban. Mella era muy martiano, y simpatizante decidido de la revolución bolchevique. Eso tiene que haber influido en el hecho de que, junto a un marxista que había sido amigo de Martí, Carlos Baliño, fundara el primer Partido Comunista de Cuba.” Ignacio Ramonet: Cien Horas con Fidel, Tercera Edición, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, p. 84. En un artículo de la periodista Clara Mayo, aparecido en Juventud Rebelde en el 60 Aniversario de su asesinato en el Distrito Federal, titulado “Julio Antonio Mella. Leyenda de una indómita juventud”, Ángel Ramón Ruiz Cortés, que participó en aquel gran suceso, narró lo siguiente: “El colegio Ariel, en Calzada entre A y B, donde hoy se levanta el teatro Hubert de Blank, y que era propiedad de Bernal del Riesgo y de Mella. Él asistió como delegado de las agrupaciones comunistas de La Habana y de Manzanillo. Para la segunda jornada se le encomendó a Mella que buscara otro lugar, por el temor de que se hubiese propagado la noticia de que allí nos reuníamos y fuimos entonces para los altos de una casa, situada en Paseo entre 19 y 21, si no recuerdo mal. En los bajos vivía Amelia, la hermana de nuestro Martí. Allí se eligió el Comité Central que integró Mella quedando a cargo de Educación Marxista y Propaganda. Bernal y yo fungimos como suplentes”.
[5] Tras diecinueve días sin probar bocado, y ante los oídos sordos del régimen de Machado, el Comité Pro Libertad de Mella decidió que Martínez Villena, Gustavo Aldereguía, y Muñiz Vergara, conocido por el “Capitán Nemo” se entrevistaran con el Secretario de Justicia para obtener la fianza que lo excarcelara. A punto de dialogar con el licenciado Jesús María Barraqué, se personó el presidente de la república. Pablo de la Torriente describió el suceso en su artículo “Un minuto en la vida de tres protagonistas”. Roa recuerda esa narración: “Rubén, que había estado ligeramente apartado, pero atento al diálogo, irrumpió de pronto, y dirigiéndose a Machado le habló así: `Usted llama a Mella comunista como un insulto y usted no sabe lo que es ser comunista. ¡Usted no debe hablar así de lo que no sabe!´”. El energúmeno balbuceó: “Tiene usted razón…Pero a mí no me ponen rabo ni los estudiantes ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas… ni Mella…! Yo lo mato, lo mato…! ¡Lo mato, carajo…! ¡Sí, lo mato, lo mato!” Villena le salió al paso con velocidad felina: “Yo no lo había oído nunca; yo no lo conocía; sólo había oído decir que era un bruto, un salvaje… Y ahora veo que es verdad todo lo que se dice… Y dirigiéndose a Muñiz Vergara, que ensayaba vanamente calmarlo: `!Pobre América, capitán, que está sometida a estos bárbaros…! Porque éste no es más que un bárbaro, un animal, un salvaje, una bestia…! Un asno…! ¡Un asno con garras…!”. Esa propia tarde Mella fue puesto en libertad. Raúl Roa: El fuego de la semilla en el surco, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, pp. 49-52.
[6] Elena Poniatowska: Tinísima, Ediciones Era, México, D. F., séptima impresión, 2001, pp. 38-40. Tuve el privilegio de visitar, en enero del 2002, la tumba de la insigne revolucionaria en el Panteón Dolores, de la capital mexicana. Como parte de una delegación estudiantil, entre banderas de ambos pueblos, escuchamos emocionados las bellas palabras del gran escritor cubano Lisandro Otero.
[7] Raquel Tibol: Julio Antonio Mella en El Machete, Casa Editora Abril, La Habana, 2007, p. 290.
[8] Sobre esta visión apunta una de nuestras investigadoras: “Mella, como Martí, da al concepto patria un contenido ético valorativo y sentimental, en el cual aparecen bien claras las virtudes y los valores éticos-morales; pero, insiste mucho más en el verdadero carácter antinacionalista del patriotismo burgués, y levanta la bandera del nacionalismo obrero al identificar los intereses nacionales y las luchas de los trabajadores a nivel mundial. Para el martiano Mella, patria y patriotismo constituían conceptos que trascendían las fronteras del país para convertirse en un verdadero patriotismo militante, expresado en el internacionalismo. Se podía ser patriota y ser internacionalista, pero `ningún revolucionario del momento actual puede dejar de ser internacionalista, pues dejaría de ser revolucionario”. La experta en su obra añade: “El proceso de articulación del marxismo y las tradiciones nacionales, en especial el pensamiento martiano implica la distinción de nexos de continuidad: la lucha nacional liberadora, mientras que los nexos de ruptura y superación se expresan en los objetivos socioeconómicos, fuerzas directrices de la revolución, y la estructura clasista del sujeto revolucionario como factores condicionantes de última instancia del modelo de república al que se aspira en cada momento”. Juana Rosales García: “Marxismo y tradición nacional: Julio Antonio Mella”, en: Revista Internacional Marx Ahora, No. 8, La Habana, 1999, pp. 65-76.
[9] Venezuela fue uno de los sitios que tensó su fibra latinoamericana. Sobre dicha relación con el hermano pueblo bolivariano, hace algún tiempo, expresé: “Está muy unido a figuras venezolanas que son compañeros inseparables como Salvador de la Plaza, los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, que habían residido en Cuba, y ya se conocían, que partieron también poco tiempo después de que Mella lo hiciera a México, a la ciudad capital de este hermano país; y comenzaron a luchar, porque la transformación en América no se realizara de manera exclusiva en algunas naciones, sino en toda nuestra región. (…) En 1927 participa activamente en la fundación del Partido Revolucionario Venezolano, y es uno de los que de manera más intensa labora por acopiar armas para que, con una expedición, se desterrara la tiranía de Juan Vicente Gómez en Venezuela. Esto no fue posible. Se establecieron relaciones entre los patriotas venezolanos y cubanos y el general mexicano Álvaro Obregón, que había sido presidente de ese país. Por diferentes razones no tuvo lugar que se entregara el cargamento de armas a los luchadores hermanos, y Mella pensó entonces en la idea de que esas armas pudieran ser empleadas para que se desatara un proceso insurgente en nuestro país. Diríamos que cuando en la noche del 10 de enero de 1929 es asesinado, se encontraba precisamente en aquellos preparativos”. Palabra en combate: uno más, Ediciones de Paradigmas y Utopías, México, D. F., 2002, pp. 304-305.
[10] Lionel Soto, autor de una monumental obra sobre la lucha revolucionaria de los años treinta, afirma: “La reacción ante el asesinato de Mella fue explosiva. La noticia hizo cundir sentimientos coléricos entre las masas populares, en primer término, de México y de Cuba, pero también de todos los sectores progresistas y revolucionarios del continente entero. De Europa y del mundo llegaron las noticias de acciones y mensajes. En México, especialmente, la agitación fue instantánea. Las libertades democráticas en ese país aún no estaban totalmente cercenadas y Mella era un personaje conocido y querido del proletariado y de los estudiantes. (…) La protesta internacional se hizo sentir, igualmente. En el Madison Square Garden, de Nueva York, se efectuó, el 23 de enero, un combativo mitin de más de veinte mil asistentes, en el que hizo uso de la palabra Leonardo Fernández Sánchez y otros oradores revolucionarios y en el cual se denunció la responsabilidad del imperialismo y de su agente cubano en el crimen. El movimiento comunista y antiimperialista internacional, encabezado por el Secretariado de la Internacional Comunista, expresó sus protestas y promovió la solidaridad con el pueblo cubano, en ocasión tan dolorosa. Honores y luchas no faltaron”. Lionel Soto: La Revolución Precursora de 1933, Editorial Si-Mar S.A., La Habana, 1995, pp. 227-229.
[11] La orden, estuvo claro desde que el proyectil perforara el cuerpo robusto de Mella, fue dada por Gerardo Machado. El déspota murió el 29 de marzo de 1939, mientras le administraban un barbitúrico para practicarle una operación. Estando hospitalizado en una clínica de Miami sufrió un paro cardíaco en la mesa de operaciones. José Agustín López Valiñas quien disparó contra el líder cubano fue condenado en México a veinte años de prisión. En 1938 se benefició de una amnistía completa dictada por el general Lázaro Cárdenas (nunca el prestigioso político se la habría concedido en lo individual) que permitió de forma ampliada regresar a los mexicanos fuera del país y a los extranjeros presos en tierra azteca marcharse a donde desearan. El 18 de noviembre la prensa reflejó había sido asesinado por desconocidos. Tenía 51 años y trabaja como chofer de un ex senador mexicano. En las pesquisas se conoció que años atrás mató a otro pistolero, por lo cual no fue juzgado. Miguel Francisco Sanabria, uno de los participantes en el asesinato de Mella murió el 11 de octubre de 1942, a consecuencia de una puñalada. Era un gánster que entre otros negocios regenteaba prostíbulos, bares y un banco de juego prohibido. El 2 de septiembre de 1943 fue muerto por disparos de arma de fuego el cabo de la Policía Nacional Francisco Rey Merodio, quien era confidente de la embajada de Estados Unidos en La Habana y conoció los planes de Mella de venir con una expedición armada para derrocar a Machado. El 25 de mayo de 1960 falleció en Santiago de Cuba Guillermo Fernández Mascaró, embajador cubano en México en el momento del crimen contra el fundador de la FEU. El comandante Santiago Trujillo, jefe de la Policía Secreta de Palacio, en el gobierno machadista, murió de un ataque al miocardio el 2 de noviembre de 1966. Al triunfo revolucionario fue acusado por los hechos de 1929 pero por la avanzada edad y estado de salud no se procedió contra él. José Magriñat, encargado de la ejecución del plan para quitarle la vida a Mella, fue ajusticiado en La Habana, el 13 de agosto de 1933. Los investigadores Adys Cupull y Froilán González profundizan en este asunto en su libro Julio Antonio Mella y México.
[12] Juan Bosch: Temas Internacionales, Fundación Juan Bosch, Santo Domingo, 2006, p. 227.
[13] Juan Marinello: “Mella y el Primer Congreso Nacional de Estudiantes”, en: Contemporáneos. Noticia y Memoria, 2da Edición, UNEAC, La Habana, 1976, pp. 309-312. Cuando a Marinello le entregaron la condición de Profesor Emérito de su querida Universidad de La Habana, en 1974, retomó la evocación del excepcional dirigente: “Me tocó ver a Julio Antonio en la asamblea encrespada y en el mitin combatiente, en la advertencia orientadora y en la réplica fulminante. Fui, con Martínez Villena, su abogado defensor ante los tribunales amaestrados de la época, lo que me permitió acercarme a su entereza y a su ingenio. Estuve junto a su cama en los días angustiados y esperanzadores de la huelga de hambre y me tocó, con un grupo de revolucionarios mexicanos y cubanos, traer sus cenizas desde la ciudad donde fue asesinado por el imperialismo y sus cómplices, hasta la de La Habana.” Juan Marinello: “La Universidad, destacamento revolucionario.”, en: Contemporáneos. Noticia y Memoria, Tomo Segundo, UNEAC, La Habana, 1975, p. 174.
[14] Cada septiembre los estudiantes de la Universidad de La Habana comienzan el curso escolar depositando una ofrenda floral en el Monumento que custodia sus cenizas para, con posterioridad, ascender los 88 peldaños de la colina. Sobre los orígenes de dicho sitial histórico podemos añadir que: “Situado frente a la histórica Escalinata Universitaria, el Memorial Mella constituye actualmente el homenaje constante y el recuerdo siempre presente de Julio Antonio. Para comprender su importancia resulta imprescindible conocer las distintas etapas por las que ha atravesado el monumento, hasta llegar a la situación que presenciamos hoy. Los estudiantes, que desde 1952 habían constituido el “Comité 10 de Enero”, decidieron, en la fecha de su asesinato en 1953, y como tributo eterno a su memoria, colocar un busto suyo a los pies de la colina universitaria. Días después, el 15 de enero, el busto amaneció manchado de chapapote lo que produjo una violenta repulsa e indignación por parte de los miembros de la FEU, que inmediatamente comenzaron a limpiarlo. Después de varios enfrentamientos con la policía, a las cinco de la tarde, la manifestación desciende de la escalinata y es nuevamente atacada por los sicarios de la tiranía, lo que les provoca numerosos heridos y detienen a más de treinta jóvenes. Entre las víctimas se encontraba Rubén Batista Rubio, mortalmente herido, quien luego de una larga agonía fallece el 13 de febrero. Después del triunfo revolucionario comienza una etapa de recordación te de nuestros mártires. El 19 de marzo de 1963 se constituyó el Instituto Mella, con el objetivo de reunir toda la documentación de su figura. Entre sus Presidentes de Honor figuraba el Comandante en Jefe. El 10 de enero de 1964 se procedía a la inauguración de un parque, recién construido, que llevaría su nombre y donde también se colocó un busto como homenaje a su trayectoria revolucionaria. En junio de 1975, como saludo al Primer Congreso del Partido Comunista, que se celebraría en diciembre de ese propio año, se comenzó la construcción del monumento que guardaría definitivamente sus cenizas. A partir del 16 de agosto la urna con ellas fue expuesta en el Aula Magna de la Universidad, a donde acudió nuestro pueblo. El día 22 de agosto partió el cortejo hacia el Museo de la Revolución, donde se depositó la urna hasta finalizar la construcción del mausoleo. Finalmente, el 10 de enero de 1976, se produjo el traslado definitivo hacia el memorial, acto que estuvo presidido por el General de Ejército Raúl Castro Ruz y donde habló el Doctor Juan Marinello, quien se había encargado durante muchos años de la conservación de las cenizas del gran líder estudiantil cubano”. Palabra…Ob. Cit., p. 300.